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miércoles,
13 de
julio de
2005 |
A los argentinos,
¿qué nos pasa?
Quienes tuvimos una madre que nos arropaba y ponía pipones con la papilla, o un papá cómplice que nos llevaba al fútbol y enseñaba los primeros palotes, o vecinos que nos defendían y orientaban, o maestras que nos protegían como una gallina a sus pollitos; quienes tuvimos todo eso no tenemos derecho a fruncir la nariz cuando vemos a un chiquilín desarrapado que pide limosnas entre mesas de bar o limpiaparabrisas. Y buscamos culpables (nunca nosotros), pero eso sí, rodeados de confort, que es la mejor forma de protestar. ¿Sabe cómo termina esta obra de terror? Con algunos desalmados mascullando: "Hay que matarlos a todos", cuando lo correcto sería: "¡Hay que salvarlos a todos!". Los chicos son plantitas que algún día llegarán a ser árboles y en los primeros años deben recibir mucho amor para no convertirse en maleza o plantas parásitas. A los pibes se los trata muy mal hoy, como si no existieran. En la tragedia de Cromañón hubo padres que concurrieron acompañados por sus hijitos muy pequeños argumentando que eran "seguidores de Callejeros" (?). De aquellos chiquilines, salvo en los primeros días, nadie más se acordó. En San Pedro de Jujuy, una beba con apenas un suspiro de vida fue muerta por su propia madre. Aparecieron defensores o detractores, todo se usó políticamente. Pero de aquel ángel que ni nombre tuvo, nadie se compadeció. Violaciones de niños en manos ajenas o de sus propios padres son vergüenza cotidiana, como sucedió en Bigand. Nos acostumbramos tanto a estas atrocidades que pronto dejarán de ser noticia. El tema educación nos apabulla. Se entabló una dura polémica entre autoridades provinciales, gremialistas, directivos, docentes, no docentes y padres. Los que no participan son los alumnos, únicas víctimas de esta situación. Todos creen tener razón y hasta algunos la deben tener, pero a nadie importan los pibes, "los sin voz". Esos que son rehenes en la escuela pública o simples clientes en la privada. También existen comerciantes, que por dos pesos roñosos venden pegamento y alcohol a chiquilines sin contención y cuando llegan a adolescentes y los asaltan comienzan a repartir culpas. Por supuesto, ellos se autoexcluyen. Duele ver cómo mis queridos locos bajitos, en pocas décadas, de únicos privilegiados pasaron a ser los últimos orejones del tarro. Pienso que llegó la hora de poner en primer lugar a los chiquilines, lo mejor de nuestras vidas. Si así no sucede, debemos preguntarnos: a los argentinos, señor, qué nos pasa
Enzo C. Burgos
DNI 6.015.204
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