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sábado,
18 de
junio de
2005 |
El dilema de la universidad inclusiva
-Además de la formación profesional, la universidad se encuentra con la nueva realidad vinculada con la inclusión socioeducativa de miles de jóvenes que ingresan a los claustros. ¿Qué política debería tomarse al respecto?
-Hace rato que repito que aún en los países ricos, como Estados Unidos, Francia y Alemania, hay por lo menos dos políticas: una para formar a los mejores, y otra para hacer entrar a la universidad a todo el mundo, a todos los jóvenes entre 17 y 24 años, hagan lo que hagan, aunque sólo se dediquen a hacer deportes en la universidad. Porque también la educación superior es un agente principal de socialización y de integración. Si un chico sale deportista, locutor de radio o actor de teatro, y hace una linda pareja en la universidad, está bien, porque eso es lo que quiere el Estado y la sociedad. Pero a su vez, necesitamos tener los mejores científicos. Estas dos políticas no son incompatibles, lo que pasa es que hay una cierta incapacidad en la Argentina para pensar con las dos partes del cerebro. Parece ser que si uno piensa que hay que socializar a los jóvenes a través de la educación no podemos tener universidades de elite para tener los mejores, o sea, el Balseiro. El Balseiro no es para todo el mundo, entran nada más que 30 de los mejores alumnos del país. Eso no va a cambiar, pero eso no quiere decir que no podemos universalizar la educación superior para todo el mundo con distintos tipos de programas.
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