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miércoles,
15 de
junio de
2005 |
La compleja tarea de aliviar el dolor
En la historia de la humanidad, el personaje del médico nació cuando un ser humano se dirigió a otro para demandar alivio de su sufrimiento. Esta "marca de origen" coloca a la profesión en una dependencia absoluta de la demanda, es decir: si algún día esta demanda cesara, ya no tendría razón la existencia del médico.
Por lo tanto, para pensar en la mejor manera de "ser" o mejor dicho "hacer" de médico hay que atender principalmente a aquellos que demandan su accionar. Una reflexión que se centre solamente en el polo médico de la relación olvida este nacimiento.
Para el paciente, el médico representa una figura de autoridad y de saber. La medicina, planteada en el imaginario social como disciplina que puede donar un "saber sobre el misterio del cuerpo", inviste al médico de un poder muy especial. Quizá ésta sea una de las principales razones de la "asimetría" de la relación. También, y en razón de la legitimación que la sociedad ofrece a la profesión médica, la representación del médico aparece para los pacientes, rodeada de un halo de gran autoridad.
La palabra del médico es así, una palabra de "autoridad" y como tal, ejercerá un peso de poder sobre el paciente, ya sea que el mismo se someta a ella o la transgreda. Justamente por ello, es preciso que los médicos reflexionen sobre los efectos que su "palabra médica" ocasiona en sus pacientes, pensando las consecuencias de lo que ha dicho dentro de lo que constituye su responsabilidad y ética profesional.
En la actualidad, la palabra se ataca constantemente en su valor de acto, la ley se desmetaforiza, los lazos sociales estallan en mil pedazos. Promover una atenta consideración de lo que puede hacerse con las palabras, quizás permita reconducir a la dupla médico-paciente a su "marca de origen", una relación en que un ser hablante se dirige a otro demandando alivio de su sufrimiento.
Esa, que parece ser una verdad de perogrullo, necesita ser recordada toda vez que los pacientes se convierten en "clientes", toda vez que el acto médico se transforma en una "relación mercantilizada", cuando la eficacia de los servicios de salud se evalúan en función de "costo-beneficio" y los seres humanos son "contabilizados" convirtiendo en un número lo que sólo se singulariza por un nombre, una historia, unos deseos, un proyecto.
Ahora bien, no es sólo el paciente quien resulta desubjetivizado por la vorágine mercantilista actual. También el médico se ve transformado en un mero dispensador de medicamentos o sofisticadas prácticas tecnológicas.
Por ello, es bueno recordar que no sólo la subjetividad del paciente sino también la del médico constituyen los polos de una relación, que, mucho más compleja, puede promover la salud de quienes hacen de su profesión la tarea de aliviar el sufrimiento de sus congéneres.
Marité Colovini
(*)Psicoanalista; docente de Salud Mental, Facultad de Ciencias Médicas de la U.N.R.
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