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 miércoles, 01 de junio de 2005  
El implacable viento liberal que sopla desde el Este

Para los ganadores del domingo -la ultraderecha de Le Pen, el socialista disidente Laurent Fabius y la extrema izquierda tardocomunista-, "la Constitución europea ha muerto", según exclamó la noche de la victoria Philippe de Villiers, un visconde que se proclama "soberanista" y defensor de la Francia eterna y profunda. En la visión de este variopinto grupo, Francia se impuso a una Unión Europea "liberal" y partidaria del "capitalismo salvaje anglosajón", como afirmaron a coro durante la campaña comunistas y troskistas, unidos en el slogan y en el objetivo a la extrema derecha xenófoba lepenista.

No sirve con ellos hacer pedagogía, como propone el luxemburgués Juncker. El pueblo francés votó contra la amenaza que representa no sólo la nueva Constitución sino la Europa de los 25. Se evitó, creen los integrantes de este frente tan transversal como poco presentable, una amenaza mortal al modelo de Estado social fundado en el lejano 1945, y se protegieron los puestos de trabajo de la "invasión" de trabajadores polacos y húngaros, y en un futuro - horror de horrores- de turcos, además de rumanos y búlgaros.

Es el síndrome del famoso plomero polaco, que nadie ha visto en Francia y que, según consulta a los directos imputados, no tienen interés alguno en mudarse al quisquilloso Hexágono. Fue esta percepción, cargada de pulsiones reactivas y por tanto poco dada al análisis racional, la que el domingo ganó por un categórico 55% a 45%, con 70% de asistencia a las urnas. Como dijo André Gluksmann el lunes, "en Francia, el 40% del electorado es antieuropeo y antidemocrático. Fabius aporta el resto".

Pero construir murallas defensivas y negadoras puede servir por un tiempo. Una década o dos, digamos. Basta ver el efecto arrollador que tiene la caída del Acuerdo Multifibras, que durante casi 20 años protegió a los fabricantes textiles europeos y americanos de los asiáticos. El acuerdo cayó el 1º de enero, y ya los europeos están clamando a Bruselas por imponerlo de nuevo bajo otro nombre.

Los franceses, entonces, además de la Constitución, rechazaron la ampliación ya actuada, la de los 25. Hace apenas un año entraron diez países en la antigua Europa a 15, que era, hasta entonces, homogénea, rica y occidental (salvo esos incurables griegos y sicilianos).

Polacos y checos trajeron un cambio inevitable de la ecuación socioeconómica europea, con Constitución giscardiana o sin ella. En el Este europeo predomina otro modelo: mientras Francia y Alemania destinan en torno al 42% de su riqueza nacional al fisco (y no les alcanza: ambas superan el 3% de déficit todos los años), en esos otros países se usa la tasa "chata", y la recaudación no supera el 18-20% del PBI. Es la apenas iniciada convivencia de estas dos Europas la que se ha rechazado furiosamente el domingo, antes que la Constitución.

El "viento liberal" que necesariamente entra en la casa europea desde su ventana oriental resfría a los franceses, belgas, italianos, alemanes. Estos nuevos vecinos orientales, tan europeos como el que más, no están todavía aburguesados, mal acostumbrados a que el "Stato mamma", como dicen los italianos, les solucione todo. En especial, que los proteja de la inclemente competencia extranjera, esa ladrona de trabajos seguros, vitalicios y poco productivos. Bálticos, húngaros y checos son dinámicos, bien preparados, totalmente dispuestos a trabajar 48 horas semanales y más también. En frente tienen a los franceses y su semana de 35 horas; a los italianos y su maquinaria burocrática inextricable, que tarda 8 años en otorgar un permiso para construir una planta industrial, según contó un empresario exitoso que se apresta a abrir tres fábricas. En China, claro.

La Unión Europea es el reino de la regulación maníaca: con los años, su burocracia ha escrito 90 mil páginas de normas, reglas, tratados, que se ocupan de todo, desde los enchufes a los campos magnéticos, pasando por la composición del aire y el tipo de escaleras que deben usar los pintores. La Constitución intentaba simplificar y darle ejecutividad a esta maraña inmensa. Los franceses, envueltos en el tricolor y en su francamente cansadora "excepción cultural", prefirieron seguir enredados en esa madeja. A buen cobijo, creen ellos, de la marea globalizadora.
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El non fue celebrado en La Bastilla.

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