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 domingo, 17 de abril de 2005  
Lo despiadado y lo oculto de la cárcel como insumo de los medios

Pedro Squillaci / La Capital

La masacre de Coronda marcó una bisagra en la situación del Servicio Penitenciario provincial que servirá para atender desde otro lugar la situación carcelaria. Sin embargo, en lo que respecta a la gente, este saldo de 14 muertos en una suerte de vendetta no hizo más que darle una continuidad de lo que todos piensan de la vida en las cárceles.

La opinión pública nuevamente tomó el hecho como si fuese una película. No pocos medios nacionales difundieron la información con el esperado sensacionalismo -si algunos lo hacen con situaciones no sensacionales, por qué no iban a hacerlo ahora- e incluso, en algunos noticieros, usaron el subtitulado para que el televidente entendiera las palabras de los presos.

Pero más allá de los recursos efectistas y el uso desmedido del morbo, a la gente estos sucesos la atrapan por ese deseo permanente de conocer las zonas oscuras. Hay un espacio intramuros donde nadie sabe a ciencia cierta qué pasa. Y eso dispara un sinfín de fantasías que a veces se ponen codo a codo con la realidad. Es más, como ya ocurrió en otras circunstancias, muchas veces la contundencia de los hechos reales sobrepasa el terreno de lo imaginable.

Los cineastas siempre jugaron con captar ese oscuro objeto del deseo para llevar al espectador a las salas. Buenas y pésimas producciones desfilaron con suertes disímiles en las boleterías y es muy común encontrar a alguien que diga "a mí me gustan las de cárceles". Desde el cine americano se encargaron, como es costumbre, de rescatar siempre al héroe. Y si era del lado de los buenos, mejor. En "Brubaker", con Robert Redford, la cuestión estaba enfocada desde los que cuidaban la seguridad en los presidios. Mostraban algo del infierno de adentro y cómo alguien de afuera se animaba a desafiar a todo, a superiores y jefes de los presos, para restablecer el orden. En la última escena, cuando el director del penal es expulsado las lágrimas brotaban al ver a los presos en una muestra desmedida de afecto hacia él, a la sazón, un jovencito Redford. El mensaje aquí era: "Los presos también tienen sentimientos".

Los héroes también aparecieron tras las rejas. Cómo olvidar "Expreso de medianoche" para muestra inequívoca de un joven caído en desgracia por contrabandear una pequeña cantidad de droga en Turquía. El espectador no podía dejar de identificarse con su desgracia. La gente se apiadó de él cuando entre rejas sucumbió ante el deseo en su primera relación homosexual, lo entendió compasivamente cuando se masturbaba frente a su novia y elogió su actitud violenta ante la injusticia.

Hay una escena clave. Es cuando el protagonista grita "Rifki", el nombre del peor buchón de la cárcel y, en medio de un ataque de ira, le toma su rostro y le arranca la lengua de un mordiscón. Los espectadores se pusieron de pie y aplaudieron a rabiar.

La última gran película de cárceles fue "Carandiru", del cineasta argentino radicado en Brasil, Héctor Babenco. La película se exhibió en Argentina por primera vez en el 19ª Festival de Cine de Mar del Plata, realizado en marzo del 2004. En ese festival, "Carandiru" fue el filme que abrió el encuentro y fue ovacionado. La película está basada en un hecho real, ocurrido el 2 de octubre de 1992, en el que luego de una revuelta registrada en la cárcel de Carandiru, de San Pablo, los guardias masacraron 111 presos, 85 de ellos en sus cárceles. La hiperpoblada prisión, la más grande en Latinoamérica, hasta su cierre y demolición en 2002, tenía un índice de criminalidad menor al de San Pablo.

"La gente está más segura adentro que afuera", dijo Babenco en un reportaje concedido a este cronista. "Hay que preguntarse por qué sucede la violencia, cuál es el perfil psicológico y social de estas personas. Si la violencia está creciendo no lo vas a resolver matando", sostuvo. Coronda no es Carandiru. Allá mataron los guardias, aquí mataron los presos. Pero cuando hay una matanza siempre existen protagonistas y actores secundarios que conforman sociedades nefastas. Las zonas oscuras de las cárceles no son más que espejos de una sociedad en tinieblas.
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