| domingo, 03 de abril de 2005 | Un rico anecdotario En sus viajes, Juan Pablo II ha ido dejando un reguero de anécdotas, como la vivida en Río de Janeiro, cuando dijo: “Si Dios es brasileño, el Papa es carioca”. En otra ocasión, durante un viaje realizado a El Salvador en 1983, cuando el país vivía sus primeros años de guerra civil, rompió el protocolo y se desvió del recorrido asignado para visitar la tumba del arzobispo de San Salvador Oscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por cuatro desconocidos relacionados con la ultraderecha del país centroamericano.
Hispanoamérica ha sido un subcontinente de referencia. En Guatemala, Juan Pablo II hizo callar a las armas. Pero aunque la guerrilla respetó una tregua de cinco días con motivo de su presencia, la lluvia no hizo lo mismo y sólo con un helicóptero pudo cumplir con el programa.
En otra ocasión hizo un gesto significativo al amonestar, alzando el dedo, al padre Ernesto Cardenal, ministro de Cultura del Gobierno sandinista, porque Juan Pablo II desaprobaba la intervención del sacerdote en la vida política de Nicaragua. Así como regañó al poeta Ernesto Cardenal, también dio un abrazo fraternal a Hélder Camara, conocido como “el obispo de los pobres”, en una de las ocasiones en que viajó a Brasil.
Los derechos humanos, en especial la libertad, los derechos de los pueblos —la oposición Norte-Sur, especialmente los pobres frente a los abusos de los ricos— y las instituciones democráticas constituyen los fundamentos de su magisterio social, el cual ha proclamado con una difusión internacional jamás alcanzada por otro Pontífice.
En sus escritos y discursos, el Papa no sólo ha condenado el desequilibrio entre ricos y pobres, entre países opulentos y naciones en desarrollo, sino que también ha planteado la dicotomía entre la riqueza material y el consiguiente desarrollo científico y el empobrecimiento espiritual del hombre, el cual Juan Pablo II considera reflejado en una etapa de crisis de valores y en una progresiva supresión de referencias éticas en los códigos civiles de los países tradicionalmente cristianos. “Hoy se vive y se lucha por el poder y el bienestar, no por los ideales”, afirmó en 1985, ante el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa.
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