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 domingo, 03 de abril de 2005  
El atentado
Dos balazos que estremecieron al mundo
El Papa cae en los brazos de su secretario, Don Estanislao, luego de quedar herido por las balas disparadas por Ali Agca con una pistola browning 9 mm. "Estoy herido en el vientre, estoy mal...", exclamó el Sumo Pontifice para enseguida pedir calma

“Pero ¿quién ha osado tirar a las palomas?”, decían unas mujeres asustadas, sin querer pensar en la evidencia: los disparos habían sido contra el Papa. La luminosa tarde de mayo se colmó de pesadumbre. El fervor de la multitud rebosante de alegría que llenaba la plaza de San Pedro se convirtió en silencio. La noticia corría de boca en boca: ¡Han disparado al Papa! ¡han disparado al Papa! ¿Ha muerto? ¿Está herido? ¿Por qué al Papa?

En la plaza de San Pedro, aquella tarde del miércoles 13 de mayo de 1981, Juan Pablo ll efectuaba a bordo del jeep blanco el recorrido entre la gente que le aclamaba. Debía llegar al sillón alzado en el centro de la plaza y comenzar su catequesis de la audiencia general. Iba a anunciar la creación del Pontificio Consejo para la Familia y a recordar el 90º aniversario de la encíclica Rerum Novarum.

Eran las 17.15. El Toyota blanco, matriculado SCV-3, estaba muy cerca del Portone di Bronzo, en el ángulo derecho de la plaza. El Papa sostenía en sus brazos a una niña rubia con traje azul, Sara Bartoli, hija de un obrero de Velletri. Enfrente, Alí Agca, desde la tercera fila de la multitud, apuntaba una Browning 9 milímetros semiautomática. Dos balas, a una velocidad de 350 metros por segundo, alcanzaron al Papa que ya había entregado la niña a sus padres.

Eran las 17.19. El Papa se derrumbó y su secretario, don Estanislao, lo sostuvo en sus brazos. Los guardias suizos de paisano, el capitán Alois Estermann, y el sargento Hasler, rodearon a Juan Pablo ll: “Estoy herido en el vientre. Estoy mal”, dijo el Papa que, sereno, añadió: “Conservemos la calma”.

El desconcierto en la plaza era inmenso. A los disparos que se habían oído le sucedió la veloz carrera del jeep blanco hacia el Arco de las Campanas. Allí, la gente comprendió que habían disparado al Papa.

Los altavoces de la Radio Vaticana confirmaban: “Han herido al Papa”. El locutor, Benedetto Narducci, que había estado comentando en directo la audiencia desde su atalaya, en una ventana de la basílica de San Pedro, oyó los tiros. El eco le hizo creer que eran cuatro disparos. No veía bien lo que sucedía, pero comentó: “Han herido al Papa. El coche pasa a gran velocidad. ¡Dios mío, el terrorismo ha llegado al Vaticano!”. Luego inició un padrenuestro que la multitud rezó con el corazón en la garganta.

En el Vaticano, la decisión de llevar el Papa al hospital la tomaron Renato Buzzonetti, médico del Papa, y el arzobispo español, Eduardo Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado.

El hospital elegido no fue el más cercano, sino el mejor equipado: el de la Universidad del Sagrado Corazón, a seis kilómetros de allí. Nueve minutos después de los disparos, a las 17.28, la ambulancia, conducida por Nando Camelloni, chofer del Vaticano, salía a toda velocidad por la puerta de Santa Ana. En el recorrido, aquellos diez minutos desde el Vaticano al hospital Gemelli, el Papa rezó en voz baja invocando a la Virgen María, ayudado por don Estanislao.

En el sillón vacío donde iba a sentarse Juan Pablo II manos polacas colocaron un cuadro de la Virgen de Czestochowa. La plaza fue desalojada poco a poco.

“Es él, es él”, gritaba la gente que había visto de cerca al hombre que había disparado. Una religiosa franciscana, sor Leticia (Lucía Giudici, todavía estudiante en la Universidad) le agarró por la espalda, con peligro de su vida. La gente le ayudó cortándole el paso. Un guardia italiano, Giorgio Navarro, le detuvo.

La noticia estaba dando la vuelta al mundo. La sala de prensa de la Santa Sede se llenó de periodistas. Pronto se supo que el agresor tenía un nombre árabe, Mehemet Alí Agca. Los teletipos arrojaban flashes inconexos. Del estado del Santo Padre no se sabía a medianoche sino que había llegado a la clínica Gemelli y estaba en la sala de operaciones. Luchaba entre la vida y la muerte. La tensión era tremenda.

Renato Buzzoneti, que le había acompañado en la ambulancia, dijo a sus colegas al llegar a la clínica que el Santo Padre estaba muy grave: había perdido mucha sangre, la tensión era bajísima y apenas se le encontraba el pulso. Cuando entró en el quirófano, todos los médicos temieron lo peor. Don Estanislao dio la absolución al Papa ya inconsciente.

En el quirófano, el cirujano Crucitti, el especialista en reanimación, Manni, el cardiólogo Manzoni, el internista Breda, en presencia del médico del Papa, doctor Buzzonetti, operaron a Juan Pablo II, víctima de múltiples lesiones viscerales por las dos heridas de bala con trayectoria abdominal-sacra. Castiglione, director de la clínica, llegó apresuradamente, en vuelo especial desde Milán, al final de la cirugía, que siguió por radio.

“Comenzamos la operación con angustia; luchábamos contra reloj contra la muerte. Al abrir, el abdomen estaba lleno de sangre. Había perdido más de tres litros. Aspiramos hasta que aparecieron las fuentes de la hemorragia. Pudimos proceder a la hemostasis. Vimos que las balas no habían tocado ningún órgano vital. Tuvimos que cortar 55 centímetros de intestino y hacer una transfusión”, relató después el cirujano.

Le practicaron una colostomía transitoria y atendieron las heridas del codo derecho y del dedo índice de la mano izquierda: cinco horas veinticinco minutos de intervención. Pero los médicos habían recobrado la esperanza.

El paciente fue llevado a la sala de reanimación de la que no salio hasta el día 18, su cumpleaños. Al volver en sí, preguntó a su secretario, Don Estanislao: “¿Hemos rezado completas?”. El 14 de agosto regresa al Palacio apostólico. Su primer gesto es rendir homenaje a la tumba de San Pedro y a la de sus tres últimos predecesores. Al subir de la cripta comenta: “Por poco hay que abrir otra tumba más, pero el Señor dispuso de otro modo; y la Virgen, porque todos recordamos que aquel día era 13 de mayo, ha cooperado a que fuera de otra manera”.


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Alí Agca levanta su arma (círculo) por sobre la multitud. Un segundo después el Papa caería gravemente herido.

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