| sábado, 02 de abril de 2005 | | | Charlas en elCafé del Bajo -El mundo está consternado ante el gravísimo estado de salud del Papa y hacemos votos para que cuando el lector lea esta columna no se haya producido una noticia de último momento que suma en la tristeza a la humanidad. Conocedores del pensamiento de este hombre, de este Juan Pablo Segundo, es que nos atrevemos a tratar el tema que sigue.
Obviando ambages y giros intrincados diremos que cuando nosotros hablamos de religión y de Dios no estamos predicando para una vida en el cielo, prédica que dejamos en las manos de los buenos pastores, sacerdotes y rabinos, sino que abogamos por lo que llamamos "un cielo en la tierra", es decir la religión comprometida con la cuestión social. En realidad no hacemos sino recordar principios divinos recibidos por Moisés, durante el Exodo, del propio Dios, principios proclamados por Jesús que, más allá de la salvación del alma, contemplan la vida digna del hombre en este aquí y ahora. Principios que sirven tanto para el creyente como para el agnóstico o el ateo.
-Como bien dice nuestro amigo y talentoso abogado Mario Spirandelli, si se aplicaran el mundo estaría arreglado en cuestión de horas.
-En un trabajo muy interesante, pero muy extenso, del licenciado Angel Presello que tiene que ver con la cuestión se señalan las dificultades por las que atraviesa el hombre de nuestros días y el rol trascendente no sólo de los religiosos, sino de muchas instituciones. Dice Presello: "El tema no es que la religión no tiene nada que decir. Por el contrario, tendrá que decir más que antes, en muchos más frentes, pero ya no se basta por sí sola porque hay que potenciar valores humanos casi ignorados o totalmente desconocidos. Todas las instituciones tendrán mucho que aprender".
-Esto es muy cierto.
-Sigue el licenciado: "Para los eclesiásticos la novedad está en que ya no se podrá hablar con el trasfondo de quien se refiere a un terreno exclusivo. No se puede hablar como quien está en situación de preminencia en un país cristiano o en una cultura cristiana en que todos entienden su lenguaje y dependen de una sola causa, como se pudo presumir en otras épocas. No se puede llamar cristiano a un país que genera desigualdad social, opresión económica, injusticia, impunidad", y añade: "Que Hebe de Bonafini haya cosechado aplausos hablando del mal manejo de la jerarquía religiosa no es un dato para echar en saco roto".
-Su reflexión de todo esto, Candi.
-El trabajo de Presello es excelente y lamento mucho no poder transcribirlo todo, por ser muy extenso, pero quiero rescatar este último párrafo y decir al respecto lo que sigue: cuando Hebe de Bonafini, entre otros, con sus conocidos dislates ocupa espacios, debe reconocerse que es porque quienes deberían tratar la cuestión social y la aflicción del ser humano están excesivamente ocupados vendiendo lotes en el cielo, divagando muchas veces y parloteando un lenguaje poco entendible, cuando no transgrediendo los principios de Dios lisa y llanamente. Y están en esa nube de ensueños mientras el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, sometido y humillado, se retuerce aquí en el llanto y la desesperación. Debo decir, sin juzgar, que me parece que en este error caen no pocos sacerdotes católicos, pastores evangélicos, rabinos y religiosos monoteístas en general (¡y que no se enojen!) que equivocan el mensaje. Algunos sectores del cristianismo y puntualmente católicos no parecen comprender el pensamiento de este gran hombre que se debate entre la vida y la muerte. Conformarse con conformar a la feligresía sufriente, con decir que este mundo es una prueba, un paso, una purificación, es darle en cierto modo la espalda a Dios. Un Dios que, por ejemplo, le dijo a Moisés: "Si vuestro hermano, tanto prosélito como residente, se empobrece y sus medios se estrechan en tu proximidad lo fortalecerás para que pueda vivir contigo. No le des tu dinero a interés, ni le deis vuestra comida a ganancia".
-Es desconocer, de alguna manera, que es el mismo Jesús que cuando envía a sus apóstoles a predicar la Buena Nueva les manifiesta una frase que, naturalmente, trasciende el mero aspecto salarial: "El que trabaja merece su salario". En estas palabras Jesús no hace más que reivindicar los derechos del hombre, ensalzar su dignidad como tal. Ese es el compromiso que no debe soslayar hoy la religión.
Candi II
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