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 viernes, 18 de marzo de 2005  
Los términos del debate

La ratificación por parte de la Santa Sede de la continuidad en su cargo del obispo castrense Antonio Baseotto, quien para responder al ministro de Salud en la polémica sobre la despenalización del aborto se remitió a la Biblia al sugerir que habría que "arrojar al mar" a quienes discrepen con la posición de la Iglesia, se erige como una decisión desafortunada, al legitimar a quienes no dan el debate en los términos civilizados que merece la democracia, sino que se sitúan en el rol de árbitros y en vez de argumentar optan por la agresión como única respuesta.

En un país que sufrió como pocos las penurias del terrorismo de Estado y en el cual -durante el transcurso de la trágica década del setenta- las Fuerzas Armadas arrojaron literalmente al mar de acuerdo con los testimonios a centenares de presos políticos resulta cuanto mínimo de pésimo gusto que el obispo castrense utilice esa imagen para enfrentar públicamente la postura pro abortista del ministro Ginés González García, que como es bien conocido no comparte el presidente Néstor Kirchner y fue expresada por el funcionario a mero título personal. Sin dudas semejante actitud no representa a la inmensa mayoría de quienes profesan la religión católica, sino a una minoría que desconoce las virtudes del diálogo y se remite a fuentes de incontestable autoridad -nada menos que la Biblia- para manifestar posturas reñidas con la convivencia democrática.

El debate sobre el aborto -tema crucial en toda sociedad que respete las libertades individuales- no puede ser librado en los términos que propuso monseñor Baseotto. La discrepancia -por más que sea, como en este caso, de fondo- no puede justificar la descalificación de quien piensa distinto y mucho menos una sugerencia como la que realizó el prelado, que en los argentinos suscita imágenes siniestras vinculadas con un pasado que no se debe olvidar ni repetir.

La autocrítica, sin embargo, no se produjo y ahora llega la validación por parte del Vaticano. Es una pena. La sociedad argentina, que tantos sufrimientos padeciera por culpa de autoritarios de diverso signo, debería tomar nota de lo sucedido y reflexionar: la libertad de pensamiento y expresión es demasiado valiosa como para admitir que se la ponga en duda.
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