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 jueves, 17 de marzo de 2005  
Menos pobreza, demasiada pobreza

Los datos que hace dos días difundió el Instituto Nacional de Estadística y Censos en torno de la evolución de la pobreza y la indigencia en la Argentina poseen una inquietante doble lectura. Por un lado, el descenso en los índices refleja un inocultable y valioso progreso; por el otro, la dramática realidad de que un cuarenta por ciento de la población nacional -es decir, cuatro de cada diez argentinos- continúa sumergido bajo la línea de pobreza continúa siendo inaceptable en un país con tan vastas riquezas naturales. Para comprender con exactitud la crueldad de la situación imperante resulta útil recordar que se define como "línea de pobreza" a la cantidad mínima que un grupo familiar compuesto por dos mayores y dos niños (cuya edad se calcula entre cinco y ocho años) necesita para alimentarse, vestirse, acceder a educación y movilizarse: en diciembre del año pasado, esa suma se fijaba en 740 pesos.

Los progresos realizados por la economía después del brutal estallido de fines del 2001 son obvios y el reciente canje de la deuda en "default", que culminó con éxito y significó la mayor quita producida en la historia, refleja adecuadamente la dimensión del avance producido. Sin embargo, la innegable evolución positiva -traducida en reactivación- dista de resultar suficiente para todos: casi un quince por ciento de los argentinos son indigentes, es decir que no llegan a cubrir la canasta alimentaria.

Se insiste, las irrefutables cifras dicen por ejemplo que en nuestra región el nivel de pobreza cayó once puntos durante 2004. Pero la deuda que resta saldar con la gente sigue siendo demasiado alta. De allí que los economistas nucleados alrededor del Plan Fénix hayan acuñado la expresión "default social" para definir el estado de las cosas y empleen de manera irónica los términos al afirmar que "la Argentina está en mora con el 45 por ciento de la población que vive por debajo de la línea de pobreza".

Los cotidianos padecimientos de tantos argentinos distan de hallarse incluidos en el discurso de los funcionarios de los organismos financieros internacionales, quienes desde el opulento Primer Mundo continúan dictando cátedra a un país que en otra época se caracterizó por aplicar con obediencia extrema cada receta emanada de los cenáculos del neoliberalismo.

Sin dudas nadie debería enorgullecerse de que la Nación no haya honrado sus compromisos, pero tampoco puede olvidarse cuál es el compromiso más urgente. Porque aunque la pobreza haya disminuido, todavía falta recorrer el trecho más largo de ese duro camino.
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