| miércoles, 16 de marzo de 2005 | Juegos caseros Días atrás se realizó en la ciudad cordobesa de Río Ceballos un campeonato nacional de bolitas y otro de balero. El ganador de este último, Ramón Fernández (embocó 31 veces en 90 segundos) recordó que siendo niño él mismo los hacía con una lata de tomates y un palito. Los días de lluvia, motivados por el retiro forzoso en la casa impuesto por la autoridad materna, improvisábamos entretenimientos. A través de los vidrios de los ventanales -empañados por nuestro aliento- mirábamos a la calle. El agua corría costeando el cordón de la acera llevando burbujas, hojas, flores, hormigas, grillos, cáscaras de frutas y otras menudencias, formando uno que otro remolino y haciendo gárgaras en algún pozo. Cuando nuestra atención en aquel espectáculo comenzaba a diluirse, armábamos barquitos de papel o balsas de cartón cargadas con palitos y los colocábamos en una palangana con agua. O alistábamos flotillas de cáscaras de nuez partidas por su mitad con escarbadientes como mástiles colocados en el centro de las cubiertas -hechas con jabón- y recortes de telas como velas. Y si nuestra afición acuática se secaba, cantábamos: ¡"Agua, San Marcos, señor de los charcos!"; o "Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan...". Hoy, fuera de la televisión y la computadora, los niños parecen no conocer otros entretenimientos sino los que se desarrollan en la calle, con todo el peligro que ello entraña. En tanto, arrastrados por la vorágine del tiempo, aquellos y otros juegos caseros de nuestra infancia yacen sumergidos en el olvido. Deseo que esta carta -acaso pueril- ayude a rescatarlos.
Carlos Alberto Parachú
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