| domingo, 13 de marzo de 2005 | Lecturas. La novela que ganó el premio Herralde Una mirada sin imposturas Jorge Carrión Con las herramientas de la ficción, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) ha indagado en las repercusiones de las pequeñas y, en principio, insignificantes mentiras en su última y justamente premiada novela, "El testigo". Al leer los dos versos de Cavafis que actúan como portal del libro pensé que el autor podría haber buscado una cita más sofisticada, que ese extracto del conocido poema "Itaca" desentonaba al lado de los de Porchia y Pessoa. Sin embargo, una vez leído el volumen entiendo que pocas veces en la historia de la literatura se ha logrado sintetizar en unos versos la complejidad no sólo del viaje, sino sobre todo la del retorno. Y el retorno es precisamente el tema de la novela de Villoro. El retorno no sólo a un contexto, sino sobre todo a un texto. El texto de las historias que uno dejó atrás, congeladas, cuando se fue; la textualidad de esas historias que están aguardando el momento de volver, junto con todas las palabras que uno pronunció. Junto con todas sus mentiras.
El protagonista de "El testigo" es Julio Valdivieso (J.V.), un mexicano que ha pasado toda su vida adulta en Europa, casado con una traductora italiana e impartiendo clases de literatura. La acción se inicia el día exacto de su regreso al Distrito Federal. Desde entonces, la acción y el personaje alternarán la ciudad y el campo, o para dejar claro el contraste que subraya la novela: la megápolis y el desierto.
De los cuatro tiempos en que se mueve el volumen (nunca en flash-back puro, siempre con un cabo en el presente de la acción, finales del siglo pasado, cuando el P.R.I. dejó al fin el poder), la finca Los Cominos, ubicada en ese desierto, es el escenario del tiempo de la infancia, donde Julio compartió con sus primos una educación tradicional. En la megápolis de Ciudad de México, en cambio, pasó la adolescencia y juventud, los años que preludiaron su emigración. En ellos se reencontró con su prima Nieves y vivió un romance tabú y apasionado; en ellos participó intestinalmente en un taller literario y escribió un solo cuento, de altísima calidad; en ellos plagió su tesis; en ellos planeó una huida junto a Nieves, para dejar atrás a la familia y ser felices al otro lado del Atlántico. Quedaron en una plaza, con los billetes de avión comprados. Ella no se presentó a la cita. Partió, pues solo -y se partió su identidad. Nieves murió años después en un accidente de automóvil. Y ahora todo le recuerda a ella.
He hablado de cuatro tiempos. Al de la infancia, la juventud y el presente (J.V. tiene cuarenta y ocho años cuando empieza la novela) hay que sumarle un tiempo pre-histórico (previo al reinado del P.R.I.) que en la novela tiene dos protagonistas: los cristeros y el poeta López Velarde. En cuanto aterriza en su país de origen, Valdivieso es convencido para ayudar a un antiguo compañero del taller literario, ahora en el negocio televisivo, en la investigación sobre el pasado de la finca Los Cominos, para convertirla en el escenario de una telenovela ambientada en la época de los cristeros. Al mismo tiempo, su tío Donosiano reclama su ayuda para pedir la canonización de López Velarde, quien al parecer protagonizó algunos milagros en la finca. Recién aterrizado, por tanto, J.V. se encuentra leyendo y pensando sobre su propio pasado, pues es especialista en el poeta y su infancia trascurrió en Los Cominos. Y no tardan en llegar los asesinatos: tanto el canal de televisión como el propio territorio donde se radica la finca tienen relación con el narcotráfico.
"El pasado está de moda", dice uno de los personajes. La problemática de la reconstrucción histórica es casi irresoluble: el modelo impuesto por el cine de Hollywood y adaptado por las telenovelas de época es tan falso como inevitable. Por eso Villoro opta por terminar su novela antes de que empiece la telenovela. Por eso su personaje se desentiende progresivamente del guión de ésta. Por eso al final arden en la hoguera tantos documentos, tantas historias, tantas mentiras, en un rincón de la finca Los Cominos, gracias a la fama que le otorgará ser el escenario de la teleserie, pero que el nuevo Julio Valdivieso quizá conservará como una trinchera. Porque durante la novela su protagonista cada vez está más desnudo. Se transforma, lentamente, como ocurre en la vida, con dosis de violencia y con inyecciones de conocimiento, como ocurre en la vida también.
La progresiva desnudez del protagonista es paralela a un despojamiento argumental. Las tramas paralelas se van desintegrando. El final al que conduce ese proceso, a un tiempo biográfico y argumental, como si la novela fuera el correlato del destino individual de su protagonista, se relaciona con buena parte de la tradición de la novela hispanoamericana. El retorno a la tierra, a los elementos primordiales, que hemos leído con mil matices distintos, en corrientes como el indigenismo, o en los cuentos y novelas de Juan Rulfo o de Miguel Angel Asturias, por citar dos nombres propios entre tantos posibles. El tema fundamental del libro (la mentira y su repercusión) se encuentra en la médula de la narrativa de Javier Marías; el thriller literario fue explorado por Roberto Bolaño hasta en las últimas páginas que escribió. También Vila-Matas, otro compañero generacional, ha trabajado a su manera lo detectivesco como motor de lo literario. ¿Y qué decir de Piglia? Aunque desde "Edipo Rey", eso sea una constante en la literatura occidental, me parece pertinente señalar esos vínculos transhispánicos, ahora que ha llegado el momento de superar las categorías críticas tradicionales cuando de analizar la literatura hispanoamericana y española se trata.
Confesaba al principio que me sorprendió encontrarme "Itaca" como epígrafe, en vez de una cita más sofisticada. Después de leer la novela no puedo menos que criticar mi esnobismo y darme cuenta de la pertinencia de esos versos como portal. Odiseo posmoderno, J.V. regresa a México y entiende que desnudarse de las mentiras será su forma de arrancarse los ojos, atributos máximos del testigo. Porque esa mirada de impostor ya no le sirve para enfrentarse a una realidad nueva.
La investigación de Juan Villoro no pone a las palabras en tela de juicio, porque la lente que utiliza no es micro, sino macro. Cuestiona la sintaxis, los códigos, las estructuras. El laberinto de nuestra posmodernidad última, hiperreal, saturada, perpetuamente televisada ("la televisión no pertenece a la cultura sino a la neurología"), en que la figura del testigo "se borra, se hace humo"; ese laberinto sólo puede ser diseccionado por la profesión más egoísta del mundo, la del escritor. enviar nota por e-mail | | |