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 viernes, 18 de febrero de 2005  
Final inesperado de un atraco con 12 albañiles y un médico cautivos
Una banda armada copó una casa en construcción, maniató a los obreros y llevó al profesional a su actual vivienda. Ahí los perros pusieron en fuga a los maleantes

Entre seis y ocho integrantes de un grupo armado irrumpieron ayer a la madrugada en un vistoso chalé en construcción cerca del aeropuerto de Fisherton, donde redujeron a una docena de albañiles que llegaban a trabajar. Con aparente intención de robo, esperaron más de una hora a que llegara el dueño de la propiedad. Como éste no tenía dinero, fue llevado en su propio auto por los maleantes hasta su vivienda, ubicada a seis cuadras. Sin embargo, allí fueron recibidos por un feroz perro rottweiller, secundado de dos vigorosos pastores alemanes. El dueño les dijo que sólo él podría abrir el portón y entonces aprovechó para ponerse a salvo en la vivienda. Ayer se especulaba con que la banda habría montado tamaño operativo a partir de un dato erróneo. Los maleantes huyeron en dos vehículos robados que fueron recuperados, al igual que un maletín con documentación.

El médico radiólogo Juan Carlos P. tiene 55 años y vive desde hace dos con su mujer e hijos en una pintoresca pero aún despoblada zona lindante con la avenida Jorge Newbery. Countries y bellas casas alternan en el barrio, donde abundan las obras en construcción y muchas cuadras, surcadas por vigilantes privados a caballo, esperan el pavimento. Desde hace más de un año, el hombre construye una nueva vivienda en una calle ubicada a una cuadra al norte de Newbery.

Pablo Mesa, un albañil de 44 años que también trabaja como sereno en la obra, se levantó ayer como siempre a las 5.30 para preparar el obrador, una hora antes de que empezaran a llegar sus compañeros. Al salir de la casa lo sorprendieron varios hombres -no alcanzó a contarlos- encapuchados y armados. Lo maniataron y lo encerraron en la casa.

A partir de las 6.20 comenzaron a llegar los obreros en grupos de cuatro, según cada especialidad. Primero arribó la camioneta del contratista de cañerías, cuyos obreros fueron rápidamente controlados igual que el sereno: les ataron pies y manos con alambres y cables y los obligaron a tirarse boca abajo en una habitación de la casa. Allí mismo, minutos más tarde, quedaron retenidos los techistas. La tanda de doce cautivos se completaba momentos después con la llegada de los cuatro albañiles.


El dolor de los alambres
"Los ladrones -relató un obrero- habían acomodado máquinas y herramientas como para que nadie se diera cuenta de lo que pasaba. Cuando llegamos en la camioneta nos recibió un tipo, con la cara tapada. Me apuró para que entrara a la casa. Yo no entendía nada, creía que era una broma. Le dije «quién sos vos, ¿te hacés el policía?»". Al rato el obrero estaba maniatado en una habitación con una decena de compañeros rodeado de "cuatro o cinco tipos, uno encapuchado y otros con los rostros cubiertos con lentes y gorros". Pero podrían haber sido más.

Aunque se quejaban algo doloridos por los alambres con que habían sido atados -mostraban las marcas en las muñecas y tobillos- algunos trabajadores aseguraron que los maleantes "no fueron violentos" con ellos. "Estaban bien lúcidos, ni drogados ni borrachos. Nos decían que nos quedáramos tranquilos, que esto no era contra nosotros y que íbamos a seguir trabajando. Pero nos advirtieron que ninguno se hiciera el héroe", contó Julio, un techista de 35 años.

Durante la espera de casi dos horas, los delincuentes -nadie pudo precisar con certeza cuántos eran- preguntaban con frecuencia cuándo llegaba "el dueño" o "el hombre", en alusión al médico. "Cada tanto nos revisaban las ataduras y cuando les pedíamos que aflojaran un poco, nos ataban más fuerte", contó un joven albañil que se quejaba de haber quedado "todo acalambrado".

Minutos antes de las 8 se hizo presente el dueño de la propiedad. "Cuando vino -contaron los trabajadores- primero lo encerraron en una piecita, le revolvieron la billetera y después se lo llevaron a la casa". Los maleantes sabían adónde vivía el radiólogo -a seis cuadras de allí- con su familia.

En el Renault 19 del médico fueron tres maleantes y la víctima, quien en el auto recibió un golpe de puño en el ojo. Según la versión policial, al llegar se bajaron todos los ocupantes del auto. Fue cuando el radiólogo advirtió que él debía abrir el portón para contener a los perros. Lo hizo y aprovechó un descuido de sus captores para ponerse a salvo y llamar a la policía.


En un auto y una pick up ajenos
Antes de que las cosas se complicaran aún más, los ladrones optaron por huir. Un grupo siguió en ese auto, y otro que presumiblemente habría quedado en el obrador, en la Ford F100 del albañil Ramón Benítez. Ambos vehículos fueron encontrados hacia el mediodía no lejos de allí.

Varios minutos después de que los ladrones se fueran con el médico los obreros se desataron. Media hora después volvió el profesional con la policía y entonces conocieron el resto de la historia, sobre la cual siguieron charlando durante la mañana. Todos coincidían en que es más habitual llegar a un obrador y no encontrar las máquinas y herramientas, pero nadie había padecido nunca una suerte de copamiento.

"Se llevaron los celulares de algunos nomás, pero a Ricardo le sacaron 123 pesos", contó un albañil sobre sus compañeros, mientras otro agregaba que "había un muchacho que tenía 900 pesos en la billetera, pero afortunadamente ni lo revisaron". Todo seguía pareciéndoles raro que ni siquiera les revisaron las billeteras a todos. "Habrán pensado que hoy pagaban, pero generalmente acá no sé paga", arriesgaron como hipótesis.
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Un obrero muestra el alambre con que fue atado en la vivienda por los intrusos.

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