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 domingo, 23 de enero de 2005  
Una familia que quería un poco de paz

La historia de La Cumbrecita ha sido ampliamente difundida no sólo en forma gráfica, sino a través de Internet. No obstante, vale la pena reflotarla, por ser el producto de un sueño que no imaginaba llegar a tanto.

Todo empezó en 1932, cuando Helmut Cabjolsky llegó a la Argentina para hacerse cargo de la gerencia de Siemens en Buenos Aires acompañado por su esposa, sus dos hijos, su ama de llaves y el esposo. Había llegado al país contratado para trabajar por cinco años.

Ya en Argentina, comenzaron a buscar un lugar para poder descansar, y compraron en 1934 unas 500 hectáreas en el llamado cerro Cumbrecita, de 1.450 metros sobre el nivel del mar. Ese cerro es hoy parte misma del pueblo. El lugar, se dice, les recordaba a Baviera (Alemania) donde solían salir de vacaciones.

Los terrenos estaban en la sierra Grande, sobre el valle de Calamuchita, a 12 kilómetros lineales de Los Reartes, que se convirtieron en 27 cuando se hizo la primera huella.

Al principio toda la provisión debía hacerse desde Alta Gracia o desde la misma Córdoba, ya que ni Los Reartes ni El Sauce (hoy Villa General Belgrano) tenían infraestructura de servicios como para proveer a las familias visitantes. Y el paisaje era agreste. Pero la familia Cabjolsky (que comenzó a recibir más integrantes de Europa) construyó un vivero y comenzó a forestar la zona, hoy conocida por una arboleda copiosa y rica en especies.

En 1935 llegaron al lugar y se instalaron en carpas dos cuñados de Cabjolsky, quienes comenzaron la construcción de la primera edificación. Era una pequeña cabaña de ocho habitaciones que pronto empezó a alojar visitantes, se convirtió en un albergue y hoy -con nuevo dueños- es la sede del Hotel La Cumbrecita.


Destino sellado
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial el destino de los Cabjolsky, sus allegados y de la misma Cumbrecita quedó sellado: el alemán, ya desvinculado de la empresa Siemens, decidió permanecer en Argentina y le dio forma a un sueño: crear un pueblo turístico de estilo tirolés, un pueblo alpino en plena sierra Grande. Hizo el loteo y comenzó a construir.

Así, el pueblo fue creciendo. Se asentaron las familias Valenta, Knöepfli, Fleckenstein, Anz, Zechner, Schöeller y Mayer, entre otras, y se incorporaron algunos lugareños. El ama de llaves de los Cabjolsdy y su esposo, Liesbeth y Kurt, se dedicaron a fabricar masas y tortas, crearon la confitería más tradicional de La Cumbrecita: la Liesbeth.

Y el pueblo creció hasta convertirse en lo que es hoy: un pequeño paraíso, acaso uno de los más exclusivos del país, con 600 habitantes estables, capacidad para 550 visitantes simultáneos, que recibe turistas durante todo el año.
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