| domingo, 23 de enero de 2005 | Nicolás Casullo y José Nun Nuevas formas de lo posible en la era massmediática Un encuentro casual puso cara a cara a dos de los más importantes intelectuales argentinos para discutir los alcances del maridaje entre la política vernácula y la televisión Orlando Verna / La Capital Las democracias de masas debieron reinventar aquello del espacio público, donde se decidían los destinos de un colectivo y que se circunscribía a un ámbito, muchas veces, restringido a quienes ostentaban posesiones materiales o simbólicas. La llave para semejante transformación de la política fue la aparición sobre el horizonte de la Modernidad de los medios de comunicación. Esa relación modeló nuevas formas de hacer política que tiene características particulares en la Argentina de la bisagra de cambio de siglo y que fueron analizadas conjuntamente por dos de los más respectados intelectuales del campo de la comunicación y la política, Nicolás Casullo y José Nun, hoy secretario de Cultura de la Nación. Este extraño encuentro de saberes se dio café de por medio en el bar de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario.
-¿La televisión ha transformado nuestra relación con la política?
Nicolás Casullo: En una sociedad bajo la lógica massmediática, aquella que estructura nuestra relación con lo real, la televisión cumple un papel muy fuerte, a tal punto que impone la agenda y hace aparecer a los actores, distanciándolos de una suerte de lógica política. Por ejemplo, el asalto de 30 o 40 personas a la puerta de la Legislatura porteña (el 16 de julio de 2004), pudo haber sido una noticia de 15 minutos, por la cantidad de gente que participó del hecho, pero fue una noticia de cinco horas con un despliegue impresionante, porque el tiempo massmediático está desfasado de la realidad política concreta. Así, en directo y por televisión, se generó una suerte de atmósfera donde pareció que la Argentina estaba en estado de caos. En ese sentido podemos decir que la lógica massmediática hoy predomina, domina y hegemoniza mucho del discurso político.
-¿Este corrimiento de lo público hacia el sistema de medios ha sido beneficioso para la democracia argentina?
José Nun: Fue beneficioso porque puso el discurso político a disposición de un público mucho más amplio y porque, en la medida que la gente tiene acceso al cable, puede ser expuesta a un espectro inimaginable de informaciones. Pero en lo que respecta al juego político ha tenido un efecto claramente negativo; sobre la estructura tradicional de los partidos políticos y sobre la relación de los dirigentes y los ciudadanos, que ha dejado de estar mediada principalmente por la militancia partidaria y ha pasado a estar directamente articulada por la aparición en los medios.
Un ejemplo clásico es el del político al que los medios despiertan a las 7 de la mañana para preguntarle su opinión sobre un suceso ocurrido el día anterior. Este dirigente puede decir una y dos veces que no está informado. A la tercera vez, no lo llaman más del medio, razón por la cual nunca dice que no está informado. Da una opinión y esto lleva a debilitar las instancias internas donde se procesaría la democracia al interior de los partidos.
El efecto negativo es el personalismo al que esto induce, porque los medios individualizan. Entonces se discute mucho menos ideología, programas y posiciones que personalidades. De hecho hemos asistido desde hace 15 años en la Argentina a la consolidación de partidos mediáticos que no tienen encarnadura organizativa extendida, y cuyos dirigentes, sin embargo, son sumamente conocidos. Es el caso del ARI y del Frepaso. Esto hace que el partido político se vuelva un fantasma.
NC: Más allá de eso, creo que los medios ayudaron a fortalecer la democracia, porque ofrecen un caudal de información que la política tiene dificultades en generar, muchas veces por otros intereses. La gran embestida de este gobierno sobre intocables centros de poder, como la Corte Suprema de Justicia, y donde el gobierno se ha jugado su perfil, no la hicieron los grandes partidos políticos sino un armado atmosférico, climático de medios de comunicación que se mostraron en desacuerdo con lo político. Esto no es nuevo pero adquiere facetas preocupantes si uno se imagina que en un corto plazo va a ser imposible hacer política sin hacer un acuerdo con los medios.
En esta dimensión de lo real, con un código informativo en busca del impacto, el político queda incapacitado. El político moderno estaba pensado para una mucho menor cantidad de información, con un mucho menor caudal receptivo por parte de la gente, y una mucho menor visibilidad de la problemática. En otras circunstancias, el político salía y jugaba con lo que no se hacía presente de manera neta. Muchas veces no es verdad que el político sea inútil, sino que es políticamente imposible hacer frente al problema, el mismo día con una respuesta adecuada.
-¿Qué diferencias encuentran entre el político de tribuna y el de set de televisión?
JN: Hay un aspecto negativo que es particular del mundo de la televisión. El discurso político puede optar por distintas formas, dos de las cuales fueron dominantes en el siglo XIX y buena parte del sigo XX. Por un lado, el discurso político de tono religioso, como en EEUU. Igual al discurso de un predicador, como lo reprodujo aquí Elisa Carrió y ahora está intentando cambiar. Esta forma tiene un doble mecanismo, primero genera culpa en la audiencia convirtiéndola en pecadora, y en el segundo movimiento, la redime, le ofrece la salvación. La segunda forma es contrapuesta a esta última, fue dominante en los sectores de izquierda y es fuertemente racional. En el primer movimiento hay un esfuerzo por explicar la realidad y en el segundo movimiento hay una propuesta para mantenerla o cambiarla. Ninguna de estas dos estrategias se condice con la televisión. Sólo es efectiva si el expositor tiene mucho tiempo, como los evangelistas que compran tres horas de televisión, pero eso no les pasa a los políticos. Entonces, insensible y concientemente, los políticos han optado por un tercer tipo de discurso que es el discurso de la publicidad. Es un discurso de esloganes que no apela a la razón sino a la persuasión, a tratar de convencer para que la audiencia compre el producto. Los dirigentes políticos mejor asesorados saben que cuando aparecen en un programa de televisión no deben enredarse en una argumentación de tipo racional, porque no hay tiempo para terminarla, no va a cerrar. Lo que tiene que hacer es lanzar puñaladas, flechazos, esloganes y eso no ayuda a la gente a pensar, la puede convencer, de la misma manera que la puede convencer la cara de bueno de (el ex candidato a la presidencia de EEUU, John) Kerry o la cara de idiota de (el presidente norteamericano George W.) Bush o la linda corbata de fulano. Pero no es la apelación de tipo racional con la que soñaron los padres fundadores de la teoría liberal y la teoría democrática.
-¿Los medios de comunicación recortan la posibilidad de expresión propia de la política?
NC: La política así planteada impide una reflexión genuina, porque la lógica televisiva tiene mucho de velocidad y repentismo. Por eso es exigible pensar a la política desde otra variable, con tiempos que no son los mediáticos. La televisión tiene su lógica, su modalidad: es la que pone un locutor que tiene que ser más o menos lindo, sonriente, que hable corto. Los intelectuales también nos vamos transformando en actores y sabemos actuar en televisión. Cuando hay una entrevista sabemos que tenemos dos minutos. Uno sale sabiendo que aportó sólo unos pocos títulos, pero no ha dialogado con la gente y eso es negativo.
JN: Con respecto a eso quiero agregar un punto que me quedó de la respuesta anterior. Hay otro tipo de discurso al que puede recurrir un político que es el discurso cotidiano, hablar en el lenguaje de todos los días. Eso hace, en el caso del presidente Kirchner, dos cosas: primero que la gente haya recuperado la confianza en la palabra presidencial, porque es alguien que habla con mucha simpleza. No hay un Kirchner privado y un Kirchner público. Y, segundo, esto hace que Kirchner aparezca muy poco por televisión, precisamente porque sabe que si apareciera por televisión tendría que someterse a la lógica de otro tipo de discurso, por eso sus apariciones televisivas son muy escasas.
-¿Significa entonces que la TV ha reemplazado al acontecimiento político?
NC: En este sentido se han producido algunas ficciones y algunas fusiones. En la Universidad de Buenos Aires, los alumnos esperan que lleguen los canales de televisión para empezar una protesta. Entonces no hace falta tener a cinco mil tipos en la calle protestando, ocupando políticamente la calle, el espacio público, como hace 30 años atrás. Hoy si tenés cien y a los canales, ya está. Y si no vienen las cámaras, las esperás aunque lleguen a las diez de la noche. Eso indica la enorme dependencia que va teniendo la política de la televisión y la imposibilidad de generar un pensamiento que rompa esa lógica o que por lo menos la reformule. Porque en realidad no se puede romper con la lógica de que en una sociedad de masas los medios de comunicación no existan o no enuncien. Esa dependencia se puede observar con este gobierno que en sus primeros meses de gestión vivía histerizado por los medios. Y al otro día salían los Fernández (se refiere al jefe de Gabinete, Alberto, y el ministro del Interior, Aníbal) a contestar todo. Hoy el gobierno ha tomado una actitud correcta, que es distanciarse de los medios. No podés estar todo el día discutiendo con (el periodista Luis) Majul. Es todo un aprendizaje muy fuerte. Lo cierto es que si la política no repiensa su relación con los medios tiene muchas posibilidades de quedar arrasada. Hoy no existen golpes militares, existen golpes semiológicos, televisivos, golpes sin golpe. Porque los medios tienen la capacidad de crear una realidad y la gente acaba pensando que a Kirchner le quedan pocos tiempo en el gobierno, cuando en realidad es todo un montaje mediático.
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