| domingo, 23 de enero de 2005 | Obesidad: Cambio de hábitos A esta altura ya huelga decirlo: la obesidad es uno de los principales factores de riesgo de accidentes cardiovasculares, hipertensión, diabetes tipo 2 y hasta algún tipo de cáncer. Por eso la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declara enfermedad en 1997, alertando sobre los peligros de la "globesidad", y muchas empresas en Europa y los EE.UU. están reformulando sus instalaciones para que sus empleados se muevan más, no sean tan sedentarios, bajen de peso naturalmente y tener así menos gastos de salud que cubrir y menos ausentismo.
El imperativo es bajar de peso. Para mucha gente, no sólo para los obesos: la grasa abdominal (la "pancita" del varón u "obesidad androide") es de por sí un factor de riesgo aunque la balanza no acuse sobrepeso.
Si el abdomen de una mujer mide más de 88 centímetros o el de un hombre más de 102, hay riesgo cardiovascular, según afirma la doctora Mónica Katz, médica nutricionista docente de la Universidad Favaloro de Buenos Aires: "El aumento de lípidos en cualquier localización del cuerpo confiere riesgo", agrega. De acuerdo con su explicación a la célula que guarda esa grasa se la llama adipocito u órgano adiposo: se transforma en un órgano en sí mismo que libera más de 200 sustancias diferentes.
La especialista agregó que "el adipocito no es sólo una gran bolsa en donde depositamos la grasa en exceso, sino que fabrica sustancias que enferman al organismo, con lo que tratando el sobrepeso estamos haciendo prevención". La doctora Katz, directora del Centro de Diagnóstico y Tratamiento del Sobrepeso y la Obesidad inaugurado recientemente por la Fundación, cree que uno de los errores más comunes al momento de tratar la obesidad y el sobrepeso es poner el foco en la cantidad y en el tiempo en que la persona baja de peso. "Las dietas de hambre que se pueden sostener durante un tiempo determinado y sólo con una alta motivación del paciente no son eficaces, y el éxito medido en cuánto se baja y en qué tiempo no es un paradigma viable para la resolución real del problema", afirma.
El criterio será, por lo tanto, aplicar pequeños cambios e incorporar equilibradamente nuevas costumbres. La alternativa elaborada a través de años de experiencia en el Servicio de Nutrición del Hospital Durand de Buenos Aires y desarrollada actualmente en el mencionado Centro, radica en modificar el lugar desde donde se mide el éxito del tratamiento, centrando su eje en "los cambios en el estilo de vida, privilegiando ser siempre más activos y comer mejor, lo que no quiere decir poco, sino balanceado y placentero", según describe la experta.
Bajar de peso Con sólo un 7 por ciento a un 10 por ciento de disminución del peso (siempre que sea sostenido durante al menos un año y sustentable) la baja del riesgo de contraer otras enfermedades disminuye considerablemente. Para comenzar será necesaria una buena evaluación clínico nutricional. Luego, con los resultados de los análisis, el paciente y el equipo médico plantearán conjuntamente los objetivos del tratamiento.
Es importante que la persona afectada se haga cargo de su enfermedad, que se involucre y que no espere que el médico le diga simplemente lo que tiene que hacer. "Cuando el paciente siente que elige, que tiene el poder, le va mucho mejor", explica la nutricionista. Y un punto fundamental: "comer sano" no será eliminar por completo lo que más gusta comer, sino una "negociación" donde se busca un equilibrio entre la actividad física, la edad, los gustos y la cantidad de alimentos que se consuman.
No hay dieta entonces, pero sí tres grandes líneas nutricionales: la Mediterránea, la Dash (basada en consumir legumbres, cereales, mucho potasio y muy poco sodio) y la ATP 3 surgida de un programa internacional de educación para manejar el colesterol.
Buenos y malos Pese a ciertas creencias populares, asegura la doctora, ningún alimento en sí mismo es malo o bueno, porque "nada es absoluto en lo nutricional, todo depende del contexto en el que se lo coloque". La papa y la banana, por ejemplo, tienen muy mala prensa, que según la especialista, es completamente injustificada.
El tratamiento propuesto para bajar de peso se puede esquematizar en dos grandes etapas: la primera es el descenso y la segunda, sostenerlo, y esto es lo que se transforma en primordial en la conformación hacia un hábito de vida. La doctora Katz explica que con el correr del tiempo lo ideal es que la misma persona pueda aprender a manejar su propio régimen y a encontrar un estilo de vida que le proporcione un andar saludable, ya que "de lo que se trata es de entrenar a los pacientes para que puedan mantener una alimentación saludable para siempre, interiorizada como estilo de vida".
Pero además de lo fisiológico, el acto de comer supone muchos otros factores en juego: la relación entre la alimentación y el estado de ánimo, parece, tampoco se debe dejar de lado al momento de hacer un diagnóstico nutricional. En este sentido hay que separar la comida de las emociones "a veces no comemos por hambre sino por nervios, aburrimiento o tensión, además de la cuestión cultural del placer de comer", comenta Katz.
La tarea esencial desde lo psicológico, explica, es diferenciar la necesidad de comer por hambre o la alimentación utilizada como canalización de esos otros "estímulos", es decir, diferenciar el "hambre emocional" del real, y no usar la comida como medio de satisfacción y ocultamiento de otros conflictos externos que exceden las necesidades alimenticias.
Marcelo Rodríguez
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