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 domingo, 16 de enero de 2005  
Lavagna, "la gran Bielsa" y el futuro

Mauricio Maronna / La Capital

Roberto Lavagna es, por lejos, el mejor ministro que tiene Néstor Kirchner. Una buena razón para que la pingüinera instalada en la Casa Rosada siga con lupa cada uno de los movimientos que hace ese hombre que blindó el Palacio de Hacienda para que no se escuchen los susurros.

De un aparente frío porcentaje (el que darán los bonistas sobre el canje de la deuda) dependerá el futuro político inmediato del personaje que estuvo en las tapas de todos los diarios.

La resurrección de Lavagna (quien estuvo a punto de renunciar a su cargo en noviembre jaqueado por operaciones políticas que algunos de sus allegados creyeron ver brotar en la Casa de Gobierno) euforizó a Eduardo Duhalde, algo así como el padre de una criatura que alumbró cuando el país era un tembladeral. Como buen peronista, Kirchner desconfía de todo lo que le puede hacer sombra. "A la economía la maneja el presidente", refuerza cada tanto.

Dos episodios que pasaron casi desapercibidos en los últimos 60 días sirven para sacar a la luz los vaivenes de este matrimonio por conveniencia. Cuando la salida del default pareció ingresar en un mar de dudas, sombreado por la renuncia del Bank of New York a la operatoria de canje, Lavagna sintió cosquilleos.

"Lo lustramos bien al Pálido", dijo Kirchner, según publicó el diario Página/12 en referencia al apodo del ministro, que solamente consigue broncearse mínimamente en los casi 10 kilómetros de caminata que hace en el bello Cariló desde su coqueta pero nada suntuosa residencia veraniega La Cambre hasta el balneario Cozumel. El ministro apenas rompe sus días de descanso para cumplir ese trayecto y, de vez en cuando, acercarse hasta La Proveeduría, el único supermercado que se deja ver entre los pinares. Allí testea su imagen y sonríe.

Duhalde, el hombre que más veces anunció su retiro de la política, ha regresado a practicar el juego que más le gusta: abroquelar a su tropa y ensayar movimientos de ajedrez político.

Y todo gracias al atribulado Felipe Solá, quien, al igual que Aníbal Ibarra, le otorga crédito al apotegma fóbico de la política que acuñaron los británicos: "La política es la única profesión para la cual no se requiere capacitación previa".


Piloto de tormentas
El gobernador de Buenos Aires y el jefe de Gobierno porteño han reeditado la capacidad de capitán en aguas turbulentas que ostenta Duhalde. Cuando el poder era una brasa ardiente en el 2001, se puso el buzo antiflama y se convirtió en el único mandatario que se fue del poder con mayor ponderación que con la que había ingresado. De no haber puesto su aceitado aparato político para trabajar a favor de Kirchner, el presidente hoy sería Carlos Menem, Elisa Carrió o Ricardo López Murphy. De no haber dado su aval para que Juan José Alvarez se convierta en el nuevo hombre fuerte de la ciudad de Buenos Aires, los coletazos de la tragedia en Cromañón hubieran eyectado a Ibarra, el último sobreviviente de la Alianza.

Solá apresuró los tiempos en su pelea con el portentoso caudillo bonaerense, dueño de un aparato que luce grietas pero que no está derrotado. "Lo que hizo Felipe es propio de un novato: quiso quedar bien con Kirchner acusando al duhaldismo de mafioso y de financiar las cajas de la política esperando el guiño del Lupo. Pobre muchacho, ni siquiera se enteró de que la gran pelea de fondo, la madre de todas las batallas, o como la quieran llamar, será en el 2006. Ahí el presidente empezará a buscar la reelección y monitoreará cuál es la estrategia de Duhalde. Si el Negro lo enfrenta, la única carta presentable que tiene es la de Lavagna. ¿Pero ustedes creen que el ministro se prestará al juego de pelear electoralmente con Kirchner? Ni loco, salvo que esto se vaya al demonio, pero en ese escenario las llamas consumirán también a Lavagna", hace catarsis un asesor presidencial.

El otro dato que pasó desapercibido sucedió el mismo día en que el titular de Hacienda anunció la salida del default. Cuando una periodista le preguntó si en los próximos meses renunciaría al cargo para ocupar un lugar en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Lavagna quebró la cintura como el Burrito Ortega. "Hay suficientes economistas ortodoxos que quieren quedar bien con los centros financieros como para que vaya al BID; soy uno ligado a la producción y el empleo", dijo con la misma sonrisa que utilizan los candidatos en campaña.

Si el canje es un éxito, ¿el ministro hará la gran Marcelo Bielsa, quien renunció apenas logró la medalla dorada? La política argentina tiene alma de piedra.


Desalambrar Santa Fe
El viento de cola que sigue soplando en dirección a Kirchner hace sentir sus efectos en Santa Fe, provincia que, por primera vez desde 1991, luce desalambrada, y con el PJ (léase obeidistas y reutemistas) reeditando aquella máxima de Toqueville: "La amistad política es una forma de compartir odios".

La cita puede sonar extraña a la hora de las declaraciones públicas, pero los reutemistas (con grabador apagado) escupen veneno luego del proyecto de derogación de la ley de lemas y el lanzamiento "abrupto" del debate por la reforma constitucional: "¿Qué pasa si perdemos las elecciones a diputado nacional y la Constituyente queda en manos de la oposición? Al menos debería habernos consultado".

Obeid, por primera vez desde el inicio de su segunda gestión, está en operaciones e impone la agenda. Si el apocalíptico ejercicio de futurología se hace realidad, el peronismo tendrá que resignarse a la derrota o bien preguntarse: "¿Y dónde está el piloto?".

Por si acaso, como La Capital adelantó en junio del 2004 y, el jueves pasado, ratificó un matutino porteño, el presidente comenzó a leer encuestas para saber cómo está Horacio Rosatti en la consideración de los habitantes de la bota. Kirchner espera el regreso de Carlos Reutemann para llevar adelante una reunión que, en principio, estaba preparada para las últimas horas del 2004.

Justo cuando la Argentina se convirtió en República Cromañón y mandó al freezer todo lo que huela a política.
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