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 domingo, 02 de enero de 2005  
primera persona
La prisión, el crimen y los relatos del periodismo
La autora de "Apenas un delincuente" propone un exhaustivo recorrido por las formasy representaciones populares del castigo en la Argentina entre los siglos XIX y XX

Osvaldo Aguirre / La Capital

Lila Caimari es historiadora, investigadora del Conicet y profesora asociada en la Universidad de San Andrés, en la ciudad de Buenos Aires. Después de publicar "Perón y la Iglesia católica", un libro sobre la historia socio-política del catolicismo, inició una investigación sobre la historia del delito y el castigo en la Argentina, que dio a conocer primero en forma de artículos y ensayos en revistas especializadas y en volúmenes colectivos y que acaba de llegar al formato del libro. "Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina", publicado por Siglo XXI, tiene el valor de describir un campo poco y nada explorado por los estudios históricos.

Caimari toma como punto de partida la construcción de la Penitenciaria Nacional (1877), para poner bajo la lupa los modos en que científicos, juristas, médicos y periodistas abordaron los problemas que el delito planteaba a la sociedad argentina. Desde la prisión se reconstruyen las nociones del delincuente y del castigo que circularon en la Argentina hasta mediados de los años 50 y cuyos ecos todavía pueden escucharse. El examen de las secciones policiales en los diarios, desde su origen a fines del siglo XIX hasta su eclosión en Crítica, es uno de los principales capítulos de "Apenas un delincuente".

-¿Cuál es el origen del libro?

-Empezó siendo un libro sobre la prisión. Y después se transformó en un libro sobre el castigo, que es un concepto que abarca más cosas y que permite incluir más dimensiones que el control social, como más a menudo ha sido recortado el tema. El castigo incluye dimensiones emocionales, representacionales, una cantidad de facetas que me interesaron mucho y fui incorporando a lo largo de la investigación. Este es un libro que hace una apuesta fuerte a abrir la agenda, a no quedarnos encerrados, como ha ocurrido durante años, en trabajar las instituciones.

-¿Cómo funcionan las formas de castigo respecto de la época que trabajás?

-Lo que es visible del castigo habla a la sociedad. Me interesa no sólo el Estado castigador y el depositario del castigo sino también las audiencias, los que miran, imaginan, denuncian demasiado castigo o falta de castigo, los que piden mano dura o los que denuncian los abusos. Ese segmento, que es muy amplio, recibe representaciones del castigo cotidianamente. Suprimido de la plaza pública, el cadalso no eliminó el interés por el castigo sino que lo situó en otras zonas, en otros lenguajes. El castigo sigue hablándonos y por otro lado las maneras en que ese castigo se presenta y se define, lo pensable de ese castigo, también tiene que ver con las nociones que en cada sociedad se desarrollan al respecto. Las premisas sobre las que se apoya ese castigo son las que están en la sociedad. De ahí mi idea de mirar dialécticamente el castigo, no sólo a las instituciones, al Estado y a los castigados sino también las maneras en que la sociedad construye eso y no sólo en el periodismo.

-En el libro el delincuente aparece como un otro al que la criminología no pudo integrar.

-Es un no ciudadano. Es el que por distintos diagnósticos está afuera, del otro lado de la línea que marca la ciencia o el código penal. Pero justamente me parece que esa no es una línea estable sino que se construye históricamente. Entonces la idea es reconstruir el derrotero de esa línea, ver qué dijo la ciencia, qué decisiones toma el Estado a partir de esas teorías. La criminología fue una ciencia de definición de la exclusión. Finalmente lo que encuentro es que las decisiones se toman a partir de criterios que no son tanto médicos o antropométricos sino de observar quién tiene una novia, cómo es su familia, su trabajo, criterios pragmáticos casi de sentido común.

-De acuerdo a tu investigación, los proyectos que alentaron los criminólogos de principios del siglo XX se realizaron de manera más bien paradójica.

-Una de las cosas que finalmente se desprenden del libro es que las consecuencias más rotundas de lo científico, de la irrupción de la criminología están más a nivel conceptual, simbólico, incluso a nivel de la cultura popular que a nivel de las instituciones o por lo menos tanto o más que en las instituciones. Yo fui a las instituciones buscando ver de qué manera se iban a reflejar las cosas que encontraba en el mundo de la ciencia y las descubro reflejadas de manera muy refraccionada, muy imperfecta y a veces no reflejadas en absoluto. Después encuentro sí que algunos segmentos de ese corpus están difundidos en otros ámbitos que no son los de las instituciones penitenciarias.

-Por eso decís que el imaginario punitivo estuvo gobernado por la lógica del periodismo. ¿Cómo se diseñó eso?

-No es una conclusión que yo estaba buscando, fue algo que se me impuso. Me metí a leer los diarios buscando noticias y encontré que había desde muy temprano, desde fines del siglo XIX, secciones de policiales, y de policiales muy truculentos, que tomaban mucho del utillaje conceptual de la criminología. Los cronistas hicieron un uso muy permisivo de todo eso. Hay ahí una intersección potente entre un periodismo que se está desarrollando comercialmente y un lenguaje científico que le dio una herramienta expresiva que les permitía ir a entrevistar a los sospechosos, hacer sus propios diagnósticos. Hay una medicalización muy fuerte, las secciones sobre crímenes de fines del siglo XIX son más criminológicas que policiales.

-¿La irrupción del diario Crítica señala una forma nueva de narrar el crimen?

-Sí. Crítica marca un quiebre no solamente por la relación con lo médico, que se está debilitando, sino porque además irrumpe lo gráfico. A fines del XIX hay dibujantes pero no está ese arsenal de recursos que aparece en Crítica. Caras y Caretas, con la incorporación de las fotos, es una bisagra interesante. Pero en Crítica el periodista es una especie de showman. Crítica mezcla la foto con la caricatura, el dibujo y la historieta, hay crímenes que están relatados como historietas. Y es el tipo de narración que está instalado en otro registro. A fines del siglo XIX el modelo es el de las causas célebres del periodismo parisino, con la diferencia de que esas causas célebres se apoyaban en un sistema procesal oral, entonces los periodistas podían ir a los juicios, que eran de lo más teatrales y melodramáticos. En Argentina, el sistema procesal era escrito y entonces le quitó un recurso importante a los periodistas locales. Mientras que en Crítica el modelo es el periodismo yanqui, la cultura popular americana.

-Otra diferencia sería que el periodismo del siglo XIX suele reproducir el punto de vista de la fuente -y sobre todo de la fuente policial- mientras que en Crítica aparece la denuncia y la figura del periodista como personaje de la historia.

-En Crítica lo que encontré es la relación de alteridad que los periodistas plantean con el Estado, la policía, la ley en general. Hay un pacto de complicidad con el lector que pasa por la idea de que el vínculo entre Crítica y el lector es mayor que el vínculo que ambos tienen con el Estado y la ley: los lectores llaman al diario antes que a la policía, el juez se entera de los crímenes a través del diario, se celebran las fugas de presos famosos. Ahí efectivamente el periodismo recoge cosas de la gauchesca, en la celebración o la simpatía con el prófugo y el delincuente noble. Uno lee Crítica y se queda con la sensación de que el estado penal estaba completamente deslegitimado. Pero también había otros discursos que iban en sentido contrario o polemizaban con ese punto de vista, como el radioteatro Ronda policial, donde trata de repararse la noción del policía amigo y no enemigo del ciudadano.

-Ahora, la prensa de la época denuncia los excesos represivos pero también demanda la pena de muerte.

-Sí, es muy ambivalente. En Crítica hay una apuesta que es sobre todo comercial. Y en el caso Abel Ayerza la presión que puso el periodismo para la reforma del Código Penal fue muy fuerte. Creo que hay varias tradiciones, como las sigue habiendo hoy, y se perfila un periodismo que tenía un vínculo con el bajo fondo, con lo marginal, pero que también es una sensibilidad de época y ahí sintonizan con la cuestión del delito o por lo menos de los marginados. Algunos de los periodistas de Crítica hacen de su conocimiento íntimo de esas reglas de juego una especie de carta de legitimidad periodística. Y hay algo de fascinación con ese mundo. Siempre me da la sensación de que los periodistas anque los criminólogos tienen una ambivalencia en la que hay algo de fascinación por los sujetos que observan.
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Caimari propone "abrir la agenda" a un tema poco explotado.

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