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 domingo, 02 de enero de 2005  
LECTURAS
Una celebración en el mundo

Rubén A. Chababo

Se trata de atrapar la luz, las variaciones de la luz sobre un paisaje o un estado del alma. De eso hablan los trece relatos -casi fogonazos- que Arnaldo Calveyra reunió en su último libro, "El origen de la luz".

No se trata de un libro de cuentos clásicos, sino más bien de fugaces o prolongadas instantáneas en las que la mirada del poeta se detiene en gestos y acontecimientos mínimos y en los que la escritura oficia como una sutil herramienta que permite atrapar lo mínimo, aquello que está condenado, irremediablemente, a la evanescencia. Para ejemplo basta "El día de la tormenta", relato que inaugura el volumen y en el que Calveyra describe con la maestría que sólo saben desplegar los grandes escritores, aquellos instantes previos, los preludios, a una tormenta que se abate sobre un pueblo de provincia. El texto está estructurado como una sinfonía en la que animales, plantas, personas, son parte de un escenario hechizado por la inminencia de la lluvia y los vientos.

El hechizo que se extiende al resto de los relatos y elige a la luz como Vía Regia para manifestarse y a través de la cual ir tejiendo historias en las que la voz de la madre se confunde con los susurros leves que provoca el viento en las hojas de los árboles al amanecer, o simplemente donde la luz aparece o se filtra a través de las hojas de las casuarinas para describir, con el milagro de su presencia, el mundo: "Días y tardes en que la luz, por descansar unos momentos de sus trabajos, al descender de las nubes errantes se posaba en los frutales del fondo de la casa. Allí se daban, arribadas de otro planeta, oscurecidas por los laberintos de hojas, las plantas de tuna. Al encontrarse con unos charcos, los ponía enseguida de un azul rabioso, furiosa de verse presa en esas nadas de aguas capaces, así y todo, de proclamar el cielo. Irascible patrona de estancia, no dejaba intersticio sin registrar, se inmiscuía en los mínimos detalles que la amistad de un yuyo le proporcionaba, atrapada, violenta, luchando por desasirse, por no perder un gramo de libertad, por no adherir demasiado al texto de esas tardes, iba y venía, no se quedaba nunca quieta, y nosotros con ella".

En otro de sus relatos, un hombre huye montado en su caballo que galopa por delante de las fauces de un tigre, y vaya a saber uno de qué modo la escritura logra ensamblar, en la breve descripción de esa huida, al perseguido con el perseguidor. Una sola página le alcanza a Calveyra para condensar el enigma de esa fusión de cuerpos que deja al lector con la necesidad de releer una y otra vez el relato, como si la sorpresa de la mutación de cuerpos hubiera ocurrido a sus espaldas. Un nuevo fogonazo.

El paisaje natal de Entre Ríos serpentea en cada una de las historias convocadas, un paisaje que evoca formas, modos, estilos de vida de un tiempo ya lejano en el que los personajes se debaten entre las formas más extremas de la inocencia y la tragedia. Asesinatos, duelos, bodas postergadas, ceremonias familiares, murmullos de aldea, dan forma a las historias de este libro que al lector que sigue con detenimiento la obra de Calveyra no pueden dejar de evocarle -por su tono, por la extrema delicadeza a la hora de nombrar la fragilidad del universo- algunos pasajes de "Cartas para que la alegría", ese breve manuscrito que ubicó hace ya años a Arnaldo Calveyra entra las voces más singulares de la narrativa en lengua española.

De "El origen de la luz", como de buena parte de la obra de Calveyra se podría decir aquello que se predica de la narrativa de Lezama Lima: no es prosa en el sentido clásico del término, tampoco poesía, sino un estilo literario cuya calificación más acertada sería la de una forma poética sometida a la prosa narrativa. Es decir, Calveyra escribe una narrativa en la que la poesía no acompaña el relato, no es su complemento, sino que es el relato mismo, su vórtice esencial, su fondo y su forma al mismo tiempo. Algo que obliga al lector a detenerse en cada palabra y en el juego de sonoridades que esa palabra mantiene con otras en la misma página. De ese modo la poesía impone su imperio con realeza.

Calveyra nació en Mansilla, provincia de Entre Ríos. Vive desde hace más de cuarenta años en Europa y cada tanto, con intermitencias, abandona su refugio parisino y regresa a su aldea natal para volver a respirar el delicado aire de su infancia resguardada en el paisaje o simplemente para cobijarse por unos días bajo su cielo natal. Lejos de la rutilante vidriera de los consagrados por el marcado editorial, su obra es, como suele suceder con todos los grandes, un territorio de admiración e inspiración permanente para poetas y narradores que saben que el escribir es un oficio y que ese oficio requiere de sensibilidad y maestría.

Así, desde lejos, cada tanto, Calveyra asoma con alguna página nueva para ratificar ese lugar que ocupa sin estridencias. "El origen de la luz" contribuye a ratificar aquello que muchos ya saben: el maestro sigue haciendo de cada nuevo libro que da a conocer, una lección magistral de escritura.
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Calveyra fue uno de los invitados en el último Festival Internacional de Poesía.

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