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 domingo, 02 de enero de 2005  
Editorial
La Argentina que debe terminar

Todavía persiste la conmoción y resulta en extremo complejo posicionarse frente a lo sucedido con el necesario grado de objetividad: la tragedia ocurrida en el local porteño República Cromañón de Buenos Aires -tal cual se la describió con acierto, la peor de origen no natural en la historia argentina- se erige como un hito del horror y del dolor humano en el país. Ahora, cuando ya es demasiado tarde para los lamentos, no sólo corresponde la determinación adecuada de las responsabilidades en el desencadenamiento de la catástrofe, sino fundamentalmente garantizar que en el futuro no pueda repetirse un hecho semejante.

Las cifras provisorias eran, al cierre de esta edición, 188 muertos y más de 700 heridos, muchos de ellos en crítico estado. El pavoroso incendio se desató cuando una bengala provocó la entrada en combustión de materiales inflamables en el techo del espacio destinado a la realización de megaeventos: en pocos minutos, todo fue caos y muerte. Las puertas de emergencia cerradas con cadenas y candados contribuyeron a que se creara un auténtico infierno, con el luctuoso saldo ya expuesto.

El encendido de un elemento de pirotecnia en un ámbito por cierto totalmente inadecuado al efecto fue el detonante del desastre. Sin embargo -y he aquí lo grave- esta práctica resultaba usual en los recitales de la banda que se presentaba en la ocasión, a la cual se la solía describir como la más "pirotécnica" de la Argentina. Quienes concurren con asiduidad a espectáculos de rock, en particular de ciertas vertientes, podrán dar testimonio de que en no pocos de ellos es habitual el estallido de bombas estruendo de elevado poder explosivo: se trata, tal cual ha quedado terriblemente demostrado, de un acto lindante con el mismo crimen.

Quedará en manos de la Justicia determinar el grado de responsabilidad en el hecho del empresario dueño de la discoteca, pero el elemento que más dudas despierta es la calidad del contralor efectuado sobre el espacio por las autoridades pertinentes -en este caso, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires- y sus respectivos órganos específicos.

La catástrofe suscitada emana de improntas culturales que urge modificar: esa es la Argentina que debe terminarse. Que así ocurra, depende de la gente.
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