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 domingo, 02 de enero de 2005  
De 1848: James Marshall comienza la fiebre del oro en California

Gillermo Zinni / La Capital

"Muchachos, creo que encontré una mina de oro", dicen que fueron las palabras pronunciadas el 2 de enero de 1848 por el carpintero James Marshall cuando descubrió en las arenas de un río de California unas pepitas doradas que brillaban al sol. Este hallazgo desencadenó innumerables expediciones de cazadores de fortuna, pero lo que fue una suerte para algunos, para otros representó una desgracia. La versión oficial de la fiebre del oro habla de individuos briosos y esforzados que fueron a Nuevo México a hacer fortuna con trabajo duro y mucha paciencia. Pero en realidad esta historia está teñida de sangre, ya que para los indígenas, los inmigrantes que no eran europeos y los afroamericanos representó opresión, discriminación y genocidio. A partir de finales del siglo XVI España tuvo un enorme imperio colonial que se extendía desde Tierra del Fuego hasta México y cuya principal institución social fue el sistema de misiones. En ellas la mortandad de los indígenas era espantosa: entre 1790 y 1800 los franciscanos captaron 16.100 indígenas, de los cuales para 1818 el 86% había muerto. Luego de que en 1821 México se independizara de España, las misiones fueron reemplazadas por una serie de ranchos, los que eran considerados como "los primos de las plantaciones del Sur" y algunos de los cuales llegaron a tener hasta 600 sirvientes indígenas. Poco antes del histórico descubrimiento de Marshall Estados Unidos había logrado quedarse con California gracias al Tratado de Guadalupe Hidalgo, y luego la invasión de cazafortunas que sobrevino llevó a la muerte a miles de indígenas ya que el gobierno buscó aniquilarlos para allanar el camino a los colonos. Se calcula según el padrón oficial del Estado que de los aproximadamente 500 mil que vivían en la región en 1848, para 1870 sólo quedaban 31.000. En algunos pueblos se ofreció dinero por la cabeza o el cuero cabelludo de los indios, y en 1851 y 1852 el Estado de California pagó -con los mismos ingresos que producía el oro- un millón de dólares a milicias que los cazaban. A los pocos que lograron sobrevivir los acorralaron en reservas, donde los pusieron a trabajar para los colonos. La fiebre del oro creó imperios económicos: familias como los Hearst y compañías como la Wells Fargo y el Banco de California, pero toda esta riqueza chorrea sangre.
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