| domingo, 02 de enero de 2005 | El cazador oculto: La resaca de los últimos festejos Ricardo Luque / La Capital Después de las fiestas no queda más que resaca y ese sabor amargo, mezcla de pan dulce, sidra y turrón de maní, que acompaña el amanecer del nuevo año. También, por inútil que sea, surge la necesidad de hacer un balance que, en ese estado, parece el zapping frenético de un mono loco. Ahí aparece una y otra vez la figura regordeta de Roberto Caferra, con una copa de champagne en una mano y un canapé de camarones en la otra y la expresión desesperada del hombre que sabe que el traje de baño le pide a gritos una dieta que jamás hará. Ser Peter Cocktail tiene su precio y él está dispuesto a pagarlo. Igual que Susana Rueda que, para lucir radiante en las mañanas televisivas, se tuvo que abstener de jugar el juego que más le gusta y que mejor juega: pasearse lánguida y fatal entre los empresarios de película que abundan en las reuniones sociales de la ciudad. Pero, claro, lo que cuesta vale y así fue como, para poder sacar la cabeza del agua, Pablito Feldman no sólo tuvo que ponerle un candado a la heladera sino también dejarse la barba y, santo remedio, se dio el gustazo de lucir delgado y atlético, aunque en la intimidad de su hogar. Porque, hay que decirlo, la pequeña pantalla le dio cruelmente la espalda. Una pena. Porque estaba hecho una pinturita. Pero no más que Marcelito Fernández, que desde que volvió a su primer amor, la FM Fisherton, desempolvó cuanto traje, corbata y camisa lisa tenía apollidos en el placard y salió al ruedo en busca de compañía para su loca empresa. Estuvo aquí, allá y en todas partes siempre con ojitos de perro faldero y con una amplia sonrisa en los labios. Si no fuera porque arrancó tarde su insistencia le hubiera valido un premio a la asistencia perfecta. Un galardón muy disputado. También entre las mujeres. Pero la ganadora absoluta fue ella, claro, la inalterable Nora Nicótera que no importa cuándo, dónde ni por qué, ella siempre estuvo en el lugar indicado a la hora precisa y, por supuesto, vestida para matar. Para matar las ilusiones, porque sus modelos, siempre exuberantes, siempre glamorosos, tuvieron la dudosa virtud de desalentar a los cazadores más voraces. Esos que, como Leandro Feely, siempre tienen una buena excusa para lucir una corbata horrible.
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