Año CXXXVII Nº 48618
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Salud 29/12
Autos 29/12
Turismo 26/12
Mujer 26/12
Economía 26/12
Señales 26/12

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 02 de enero de 2005  
Exportaciones, saldos y retazos

Marcelo Batiz

Si se exceptúan las convulsionadas corridas cambiarias de 2002, el real brasileño se encuentra en el momento de mayor apreciación de los últimos diez años respecto al peso argentino. Por si fuera poco, la Argentina se apresta a completar un trienio 2003/2005 con un crecimiento acumulado de casi el 25%, de acuerdo con las primeras proyecciones.

La conjunción de esos dos fenómenos constituirían la panacea de los partidarios de la devaluación como factor propulsor de la industrialización interna. Sin embargo, los hechos están lejos de darles la razón.

Por el contrario, un análisis de las estadísticas oficiales muestran una composición de las exportaciones argentinas que en su esencia no variaron en las últimas décadas, más allá del esfuerzo de los sucesivos gobiernos por querer incrementarlas. El problema radicó -y radica- en que ese incremento es únicamente cuantitativo, pero en su composición no difiere en mucho de los de fines del siglo XIX.

Hoy la Argentina exporta un 30% más que en 2001, último año completo de vigencia de la convertibilidad entre el peso y el dólar uno a uno. Porcentajes similares de crecimiento se dieron en 1990 y 1995 y no por las variaciones en el tipo de cambio: en el primero de los casos, el dólar estuvo diez meses seguidos en torno de los cinco mil australes y en 1995 regía el consabido uno a uno.

Lo que hubo en los dos momentos fue el histórico disparador de las exportaciones argentinas: una recesión que contrajo el mercado interno de manera considerable y, en consecuencia, dejó abundantes saldos exportables. O "saldos y retazos", como acostumbraba a decir un ex ministro de Economía que por estos días visita el país, para desagrado de muchos y nerviosismo de otros.

No puede ser otra la salida para un país en el que el 38% de las exportaciones son productos primarios y combustibles. Del resto, la mayor parte corresponde al engañoso rótulo de "manufacturas de origen agropecuario", que engloba en su mayor parte productos con un escaso valor agregado.

Ese precario nivel de elaboración viene con el añadido de una concentración en un puñado de productos. De cada cien pesos que se exportaron en lo que va de 2004 (las estadísticas oficiales disponibles llegan hasta noviembre) veintitrés corresponden a la soja y sus productos derivados: harinas, pellets, aceite y porotos.

Para 2005, el comercio exterior argentino se enfrentará ante un dilema de hierro que lo jaqueó permanentemente. Si el aumento de las exportaciones y, principalmente, del superávit de la balanza comercial vino de la mano de la recesión, la superación de esta produjo el fenómeno inverso: un aumento de las importaciones para atender la mayor demanda interna y, en ocasiones, bajas en las exportaciones o, en el mejor de los casos, una reducción en su tasa de crecimiento.

La única forma de evitar el cuello de botella sin recurrir a la clásica receta de contraer la demanda interna pasa por el cambio cualitativo de la composición de las exportaciones. Una mayor participación de la industria redundaría en más y mejores puestos de trabajo y, además, en un sustento ideal para un nuevo incremento cuantitativo de todas las exportaciones.

Solo así el comercio exterior y el mercado interno podrán ser socios y no rivales que se disputen la tenencia de saldos y retazos. (DYN)
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados