 | | martes, 30 de noviembre de 2004 | Soldados de carne y hueso Remontándome a mi infancia se me vienen marcados recuerdos. Mi hermana y yo jugábamos con vajillas "de mentira" y mi hermano Agustín solía agotar las horas de sus tardes con un juego que lo mantenía sumergido en una especie de hipnosis, atrapado por completo. Ese juego era el de la guerra, en el cual unos pequeños y articulados hombrecitos de plástico se disputaban la victoria en "cruentas" batallas, con el objetivo de salvar al mundo. Todo era fruto de la fantasía y la imaginación. Además, tanto en los dibujos animados y en nuestros propios juegos, los vencedores siempre resultaban ser los buenos. Mis hermanos y yo fuimos creciendo y nos enteramos de que esos soldaditos de plástico, indestructibles, fuertes, que siempre servían para una "nueva guerra" se habían convertido en soldados de carne y hueso. Nos contaron que los buenos no eran tan buenos, que los malos no eran tan malos; nos dijeron que los buenos y los malos no existen. Es así que a veces siento que nos "acostumbramos" a la guerra, que ya no nos sorprende, que sólo es una anécdota y no tenemos las agallas para declararle la guerra a la propia guerra. Cúanto dolor, cúantas muertes, qué precio pagamos y seguimos pagando a lo largo de la historia. Ahora sé que es cierto que el hombre es el animal más perversamente raro, es el único que destruye lo que construye, el único que habla de paz y convive en constante guerra, el único que necesita del prójimo y tiene ansias de soledad. Que recupera la esperanza de que algo cambie y la vida le da la chance de volver a construir lo que destruye, de hacer la paz y no tan sólo hablar de ella como la más inalcanzable de las utopías, de convivir en sociedad sin sentirse vacío. Por alguna extraña razón, la vida nos da la oportunidad de aprender y arrepentirnos de nuestros "horrores", pero algo de la historia nos revela que a pesar de que avancemos y retrocedamos, podemos lograr un mundo mejor. Anhelo el día en que todos tengamos la misma escala de valores, fijemos una meta en común, transitemos por el mismo camino, simpaticemos con el mismo equipo, el más importante de todos, el equipo de la humanidad, en donde nunca más existan soldados de carne y hueso.
Victoria Scoccia
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