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 domingo, 28 de noviembre de 2004  
Lecturas
De un mundo bizarro

Irina Garbatzky

"Chicos" de Sergio Bizzio. Narrativa. Interzona, Buenos Aires, 2004, 180 páginas, $23.

¿Qué dirán los catedráticos del futuro cuando se vean en la disyuntiva de canonizar o no un género que tal vez se llamará "literatura bizarra"? Tal vez que Borges habló alguna vez de esta palabrita. Y que entre otras características en su descripción del laberinto mencionaba: "No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios". Es claro: según el Diccionario General de la Lengua Española, "bizarro" califica a un valiente o a un esforzado caballero. A través de su bizarría imaginamos lo refulgente de su armadura. Lejos estará entonces "Chicos", el libro de relatos de Sergio Bizzio; lejos de los brillos metálicos y las naves valientes y más cerca de la opacidad del hule, los colores fuertes y la brillantina.

En efecto, todos sabemos que el término "bizarro" es una ironía, un mal chiste con un doble sentido muy obvio: una segunda acepción, devenida de la industria del cine y toda su mercancía, refiere que "bizarro" es una calificación atribuida a toda obra (sobre todo fílmica) que convoque una mezcla creativa entre fantasía, truculencia, realidad, sexo y psicodelia. Digamos que "Chicos" se encontraría más cerca de esta segunda acepción: Sergio Bizzio, cineasta, guionista, novelista y poeta (entre sus obras cuentan novelas como "En esa época" y "Rabia", con sendos premios Emecé y a la novela de la diversidad de España, una obra de teatro llevada al cine por Fernando Spiner, el largometraje "Animalada" y varios poemarios) no inventa mundos: los envicia. Su bizarría alucinante consiste en ensuciar los mundos empaquetados que conocimos con el cine de Hollywood, las telenovelas y los dibujitos animados.Así, nadie puede sorprenderse de que la natural compañera de la pigmea Uma, en su misión por salvar al "Tótem" de la isla de los Sorong, sea la bella Thurman, o que el pato que le regaló el señor Wilson a la señora Wilson por el trigésimo aniversario de casamiento se ponga a hablar, vaya de veraneo a Cancún, conozca a Andrea la pata polaca, se case con ella y someta a torturas terribles a tres gatos callejeros en el fondo de su hogar.

La literatura bizarra, si nos dispusiéramos a establecer sus normas, como todo género establecido diría en su abecé que en todo cuento "bizarro" debiera haber ovnis bajando a la tierra, pero que en lugar de mostrarnos un trágico mundo futuro poblado de androides, ficciones y ciencias, dichos ovnis contarían como en los cuentos de Bizzio, con un cuerpecito humano liliputiense e interpelarían a un novel escritor de vacaciones a que los case y testifique su amor eterno -previo sometimiento a situaciones embarazosas y concluyendo en moralejas del tipo: "Hay tres clases de boludas: las que lo son, las que se hacen y las que son inteligentes y de pronto «caen en la boludez»".

"Chicos" está poblado de objetos (humanos o no) con vida propia y de engendros. Rocío, una muchachita de doce años que oculta como sexo "una pijita inescrupulosamente rosa, de un rosa enharinado" se distingue por su cinismo y su histeria, así como el ingenuo Félix en el primer encuentro con la familia de su novia sufre el desencanto que tal vez más tema todo joven de buena familia: dormirse y tener una erección con su miembro expuesto en pleno jardín.

Que el efecto de parodia de situaciones y personajes harto cotidianos y consumibles como lo son el intelectual, el adolescente, la actriz, los matrimonios, los noviazgos y demás, se pueblen de objetos reanimados, animales que hablan y órganos que actúan por sí mismos no se agote en los relatos de "Chicos" es sorprendente. El libro entero tiene su "happy end" y cierra con un tierno relato autobiográfico, de amores adolescentes y destinos ejemplares: el chico de Ramallo que terminó yéndose a la Gran Manzana porteña, recuerda el antes y después de un triángulo amoroso entre los Bee Gees, la nostalgia y la pérdida de la virginidad. Una muchacha romántica y transgresora cierra la manía de relatar con un agrio final y alegre: "Lalo me contó que Lisa, fiel a su estilo, quiso boxear con él antes de subirse al auto. Lalo tenía la cara hinchada de tanto llorar; aun así, Lisa le pegó un puñetazo en la nariz".


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Sergio Bizzio juega con la ironía.

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