| domingo, 28 de noviembre de 2004 | Para beber: El gigante australiano Gabriela Gasparini Hace un tiempo recorrimos la historia de la industria vitivinícola australiana, que nació al amparo de las penitenciarías que los ingleses construían en lo que en aquel tiempo podía parecer el confín del mundo y ahora es un punto turístico inigualable. También supimos de lo que podría llamarse el patriciado del vino australiano: esas familias que iniciaron la saga del vino y se mantienen en ello. Y de ahí en más escuchamos hablar sobre el milagro que brotaba de sus uvas a más de un entendido, pero ese prodigio ¿existe verdaderamente o es puro cuento?
Alguien que no sé quién es porque no aparece su nombre al pie de sus decires, puntualiza algunos hechos sobre este fenómeno y aquí vamos a cosechar varios de sus pareceres junto con los nuestros. Una de las características que parece ayudar al auge de esta industria es la ausencia de normativas sobre denominaciones de origen al estilo europeo, lo más parecido a eso sería un sistema bautizado Geographic Indications (más conocido como GI) que es lo suficientemente laxo como para permitir la mezcla de cepas de distintos terruños a piacere, sin importar cuán lejos esté uno de otro.
La misma libertad otorga con respecto a ciertas técnicas como es el caso del riego, la poda, la vendimia o la crianza, tópicos que en el Viejo Mundo están tan controlados que muchos piensan que es esa excesiva fiscalización la culpable de la parálisis que sufre la industria, porque los viticultores con tantas leyes y restricciones, no encuentran el camino para dar nuevas respuestas a los gustos cambiantes de los consumidores.
En la gran isla nadie se rasga las vestiduras si un vino fue elaborado y criado con prácticas industriales que a otros les daría vergüenza revelar, o como mínimo se cuidarían bastante antes de dar a luz los detalles. Allí virutas o duelas de roble en tanques de acero sumadas a correcciones de acidez en grado sumo, son reveladas con una naturalidad sorprendente y todo se hace a puertas abiertas. Claro que para sostener este entramado hay una muy bien pensada política de marketing que ha logrado una suba en las exportaciones del 24 por ciento en el último año, todo enmarcado en la implementación de un plan a largo plazo conocido como Estrategia 2025, que a pesar del mal pronóstico de los agoreros de siempre, está dando muy buenos frutos.
Así, hoy Australia es un gigante incontenible que avanza sobre Europa y Estados Unidos, y cuyo objetivo primordial es que en el año 2025 su industria vitivinícola tenga una venta anual de 4.5 mil millones de dólares, cifra nada despreciable, por cierto. ¿Cómo piensa lograrlo? Sencillo, primero fue por Inglaterra, pero eso no es una novedad, digamos que son parientes, y además la idea al plantar las primeras vides en esos lejanos parajes fue que Australia se convirtiera en el viñedo del reino británico. Una vez conquistado ese mercado fraternal, fue por el estadounidense. Y para eso utilizaron toda la imaginación que tenían al alcance de la mano creando etiquetas nuevas que representaran productos capaces de ganar a los consumidores de nivel medio. Así nacieron líneas como Yellow Tail (que vende en Estados Unidos un millón de cajas anuales), Crocodile Rock Label -nombre inspirado en una canción de Elton John- y Little Peguin.
Pero qué es el dinero contante y sonante al lado de la calidad, nada, por supuesto. Es por eso que los críticos se ensañan diciendo que no sólo son vinos destinados a ser consumidos al instante sino que su calidad no es uniforme, y más aún, que las grandes marcas suelen carecer de personalidad y sabor debido al excesivo filtrado de que son objeto. Como si eso fuera poco, la gurú Jancis Robinson se quejó manifestando que las bodegas australianas elaboraban sus vinos basadas en el marketing, y la remató aseverando que el estilo Atila que están llevando a cabo en Estados Unidos se debe a las altísimas notas que Robert Parker y la revista Wine Spectator están dando a unos vinos de culto, de producción limitadísima que ni siquiera se venden en Australia. Choque entre dos popes de la crítica vinícola lo que se llama un verdadero duelo de titanes.
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