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 domingo, 28 de noviembre de 2004  
Interiores: Las invasiones del amor

Jorge Besso

El amor es invasivo por naturaleza. Pero no en el sentido de la naturaleza donde sólo es posible encontrar semejanzas que muchas veces pueden resultar muy semejantes, sino naturaleza en el sentido de la esencia invasiva del amor. Es verdad que hay muchas clases de amor, en particular las versiones más maduras o atenuadas de un fenómeno tan conmocionante como el del amor, del cual conviene recordar como señala García Márquez que se puede morir de amor, lo que viene a mostrar una de las claves, a la vez de lo humano y a la vez del amor, más allá de que en ciertas ocasiones haya algunos perros que concurran a la tumba de su amo en una demostración de amor que conmociona.

Pero lo cierto es que se pueden intuir o suponer algunas diferencias esenciales entre un can y un humano frente a la perplejidad de la muerte, ya que en el caso del animal no sabía de la existencia de la muerte y seguirá sin saberlo para siempre perplejo al respecto. En el caso del humano creyó que lo sabía, pero "sólo ahora sabe que no lo sabía", y a partir de ese momento tendrá que remontar su vida, es decir salir de la perplejidad, ya que como se sabe el río sigue y sigue hasta que desemboca en su desembocadura, esto es en la susodicha muerte y entonces serán otros los perplejos frente a la constatación de la ronda de la vida y la muerte.

Desde hace algunos años circula un verbo que, obviamente, siempre estuvo en circulación pero ahora incorporando un sentido nuevo al punto que la palabra toma el valor de una expresión en sí misma sin que necesite demasiada ayuda de otras palabras, muy especialmente en el uso coloquial que le dan los jóvenes: "sacado". Se trata de alguien desbordado, desmadrado dirían los españoles con referencia a un ser cuyo aparato psíquico es más incontinente que continente, razón por la cual salpica a casi todo el mundo con sus turbulencias interiores en la medida en que todo impulso es candidato a pasar a la acción.

Pues bien, en la versión top del amor que es el enamoramiento, el individuo en cuestión es precisamente un sacado (en cierto sentido un desorbitado) ya que en circunstancias normales que no son precisamente las del enamoramiento, la gente circula en torno a una órbita más bien fija, apareciendo, desapareciendo y reapareciendo en los mismos lugares, en términos generales con el mismo tono, recorriendo el mismo cuerpo por el cual a su vez es recorrido con las generosidades y miserabilidades cotidianas.

Ahora bien, el enamoramiento desorbita al sujeto de forma tal que los enamorados despliegan su ser más allá de los límites habituales, entrelazando sus existencias en una danza de todos modos no exenta de sobresaltos, ya que los enamorados son unos "sacados" que tratan de que nada los saque del trance en el que están inmersos. El psicoanalista A. Green se pregunta: "¿Qué es lo que hace que un sujeto pase de un estado quiescente, tranquilo, casi inanimado, a un estado de brusca tensión, de deseo apasionado, de agitación más o menos extrema frente a un objeto que atrae e impulsa a conquistarlo?"

La pregunta puede recorrer todos los rincones del planeta donde siempre habrá enamorados trepados a la locomotora del amor top, y con toda probabilidad las posibles respuestas sentenciarán: lo que hace que un sujeto explote de amor es, precisamente, el objeto de ese amor. Pero conviene tener en cuenta en ese caso que semejante evidencia no oculta que el objeto de amor que hace que alguien toque el cielo con las manos, deja perfectamente indiferente y con los pies sobre la tierra a la gran mayoría del resto del planeta. Es decir que para entender un objeto idealizado, se requiere volver a un sujeto idealizante. Semejante inversión del problema nos lleva directamente al famoso príncipe azul que se espera a la vuelta de una esquina inesperada, o del que se cree encontrar alguna señal en el horóscopo, y del que debemos decir que en rigor está más adentro que afuera.

En suma que toda mujer es portadora de su príncipe azul, del mismo modo que todo masculino lleva incorporada a la mujer de su vida, y todo lo que tiene que ocurrir es que "alguien" los haga aparecer en un pase de magia que puede durar toda la vida, lo que es poco frecuente o durar lo que una primavera, y en tal caso ese es el punto y el momento en que el príncipe deja de ser azul y deja ser príncipe, para ser uno más de los que duermen la siesta, y por tanto uno más de los porcinos circulantes; y por el otro lado, de la diosa de aquéllos días nada queda, oculta como está dentro de la bruja actual.

Las almas gemelas se desgemelan y los dos sienten que el otro no es el mismo de los comienzos, además del hecho más que evidente de que ya no hablan el mismo idioma. El movimiento del amor es un movimiento de flujo y reflujo, dando lugar a los mayores placeres, fusiones y confusiones en un estado de invasión recíproca entre los enamorados donde desaparecen los límites, las odiosas barreras, las inseguridades y hasta los fantasmas que todo humano tiene en algún rincón del alma. En el reflujo del amor las aguas vuelven a las respectivas orillas, muchas veces con tremendos sufrimientos y es el momento de uno de los descubrimientos más esenciales: que el otro es otro.

Que el otro sea otro es, o bien para lamentar o bien para festejar. El club del lamento tiene muchos socios y son más bien raros los festejos donde se festeje y se le de la bienvenida a lo distinto. En los extremos, el amor y el odio son las aguas donde naufraga el otro. Finalmente, habría que recordar que la vida no es en los extremos, sino que es "entre" los extremos: entre el extremo inicial y el extremo final, todo un recorrido para bailar entre iguales y distintos.

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