| viernes, 19 de noviembre de 2004 | Reflexiones El poder de la palabra La lengua, dice Barthes, tiene la capacidad de dividirse, de decir lo mismo de distintas maneras. Pero es el hombre el que transforma esa división en conflicto y promueve lo que este autor llama la guerra de los lenguajes. Y en ese campo de batalla hay lenguajes que se hacen a la luz, o la sombra, del poder y otros que crecen por fuera o en contra del mismo.
Hace tiempo que se perdió la ilusión de que la palabra es reflejo de algo más, que sólo nombra cosas. Las palabras hacen a las cosas, dan sentido y de allí su enorme capacidad performativa. Es por eso que ningún poder puede prescindir de la palabra. No hay poder que pueda perdurar sin la creación de un discurso de verdad que lo legitime y así es cómo las palabras se llenan, y se vacían y se vuelven a llenar de contenido según las necesidades de convencer, sugerir, imponer o transformar.
Sin embargo, existen esquemas de pensamiento tan arraigados en nuestra forma de ver y pensar el mundo que nos impiden entender al lenguaje como parte de la realidad. Se sigue pensando la cultura como algo externo, como expresión o reflejo de una realidad que está afuera y no como parte constitutiva pero también constituyente de esa realidad.
Sólo así pueden explicarse los exabruptos del Secretario de Cultura de la Nación poniendo en la balanza si el hambre o la cultura. Pues bien, no es uno u otra. La lucha por la apropiación de los distintos bienes -sociales, culturales, económicos y simbólicos- se da en todos los campos. ¿O cómo se profundizó el hambre en el país? ¿O es que el modelo neoliberal de los 90 se impuso a sangre y fuego como en el 76? No, fue el consenso de la mayoría de los argentinos el que consagró esas políticas que condenaron al hambre a más del 50% de la población. Una mayoría que compró un discurso que se impuso como verdad unívoca, un discurso que logró ocultar bajo una aparente monoglosia, la heteroglosia propia de todo sistema social.
¿De qué se trata entonces este Congreso que se está llevando a cabo en la ciudad? ¿Para qué sirve? ¿Para determinar cuán "bien o mal" hablamos? ¿Si tal palabra va con o sin h? ¿Qué es o deja de ser una mala palabra? Sirve para mucho más. Para reflexionar sobre el verdadero poder de la palabra, para que no la dejemos en manos de unos pocos como el resto de nuestras riquezas, para que no renunciemos a ella porque es la única posibilidad que tiene la voz discordante de hacerse escuchar y dar batalla en la lucha constante por imponerle a sociedad una orientación y un sentido.
(*) Licenciada en Historia enviar nota por e-mail | | |