| jueves, 18 de noviembre de 2004 | Escrito en el cuerpo Adrián Abonizio / La Capital El buen escritor no se distingue de cualquier humano. No tiene cuernos dorados, no es luminoso, ni ostenta una corona radiante. Es muy parecido a un cualquiera. En eso reside su poder: la invisibilidad, el don de pasar desapercibido. Está tomando café y sonríe ante el logo del Congreso de la Lengua. "Hay un millón de pibes analfabetos en Argentina que si ven esto confundirían a esta e minúscula con un muñequito". Luego habla como si estuviese solo.
"Escribir es un privilegio y una maldición. Es una espada que está hambrienta de nuestro cuerpo y que siempre cae parada de punta sobre la tierra mientras nosotros yacemos debajo. Escribir cansa y a la vez alarga la vida. Nos llena de protagonismo en un mundo de abanicos intermitentes, candilejas mustias y adioses sagrados. Es el protagónico de la soledad: solos en la duermevela, solos en la madrugada, solos en la altura o bajo la garúa o la nieve. Escribir conduce la electricidad y el rayo; apaga las tormentas de arena con reflejos de otro viento que la amaina. Amansa las fieras y las reaviva, surgidas de un fuego fatuo que provocamos al infringir la ley primera: no hay que mover de sus casillas secretas a los fantasmas. Escribir angustia, exalta y diagnostica, enferma, salva y ahoga. Perfuma, aburre y mata. Perfora y tapa. Ahuyenta y atrae, enloquece y cura. Escribir es como mirar la noche sin testigos, como dormir en el campo, o alumbrar un pozo de animales peligrosos o hacer ruido en medio de una casona repleta de asesinos durmiendo. El escritor quiere pasar desapercibido pero no puede: sus letras lo apabullan y hacen el ruido que el no quiere oír. El escritor ha traído hijos al mundo y debe luego alimentarlos. Por eso es que los escritores son padres a la fuerza para comprobar en carne la verdadera simiente y no la abstracta, la de las oraciones que reclaman con más fuerza el fin de su orfandad. Hay escritores que no son valientes y se caen, podridos del árbol. No hace falta escribir denuncias para serlo. La valentía es algo horizontal, imperceptible no vertical y llamativa. Cada uno sabe donde le empieza a picar la cobardía. Un buen escritor se da cuenta de todo eso, sólo que debe disimular para no enloquecer o hacerse matar en extramuros. Hay escritores que no son valientes y simulan serlo. Hay otros que son en exceso y nadie lo sabe, ni ellos mismos. Pena sobre pena hace la vida lastimarse. Alegría sobre alegría hace que uno viva sonriendo y se agobien las comisuras. El buen escritor no quiere ni una cosa ni otra: quiere todo, todo junto y mezclado. El sabe que cuando está cerca de algo y luego se aleja y luego vuelve a acercarse si ha desarrollado la capacidad de caza a la espera sobrevivirá. A pesar del insomnio. El impaciente es devorado por la luz del amanecer y tal vez con él se mueran un rosario de buenas intenciones. El escritor es un silencioso pescador enamorado del sedal o del pez: debe contar con una paciencia infinita para hilar o matar. Solo él atrapará ese animal, solo él lo matará, solo él lo podrá dar a comer a sus vecinos si así lo quisiera".
No lo puedo seguir, se lo digo. Hace un gesto leve de fastidio y sigue: "El buen escritor anda en un territorio de sombra con encrucijadas en los caminos. Letreros de chapa que conducen a posadas funestas o a hoteles de diez pesos, caminos sin salida, pantanos, gramíneas que esconden espantapájaros o mochuelos fúnebres o mozas de bosque de novelas dispuestas a compartir manjares. El escritor cuando es benévolo muchas veces deja inconclusa una frase por socorrer a alguien. Luego se arrepiente. El buen escritor cuando es egoísta puede dejar morir a su mejor amigo que no dejará la presa. Luego, el remordimiento se amengua con una tapa fragante y de reciente edición. ¿Cómo distinguir uno del que no lo es? Pregunta incómoda. Solo puedo decir que los escritores sudan otro olor, que están acá tomando café con nosotros pero no lo están. No fingen de distracción, son la distracción misma. Son el empeño, el coraje, la traición, la locura y la fe enorme de caminar en las nubes cuando abajo apenas si se llega a pagar los impuestos.¿Son los escritores llamados para algo? Habitualmente nadie los convoca, ni los redime, ni los calma. Los ignoran, los estafan, los ocultan. A veces ocurre que un buen escritor logra la anticipación con la gente y esa gente lo elige como a un gobernante. A veces es la misma gente que ruega bajito que se muera para poder llorarlo. O que se exilie para entenderlo. El buen escritor debe conocer este juego maldito: te amo pero te odio, quiero tu destrucción y tu gloria. Debe cuidarse más que nada de sus lectores. Que no lo ablanden las alabanzas, ni las preguntas llamativas, ni las mujeres o los hombres hermosos: debe entender que son diablos aburridos que los quieren despistar. Un buen escritor sabe que no existe para nadie pero es eterno. No importa que pinten sus frases en los muros o que alguna oración suya sea recitada por gente impresentable. El escritor siempre debe estar en otro lado, pero armado. No es conveniente salir a la calle con tanto loberío. Tanta comadre. Tanto escritor de sobrecitos de azúcar dando vueltas. Ahora que está el Congreso de la Lengua el buen escritor debe aprovechar el momento: hay tanta gente culta ocupada en el evento que el buen escritor debe estar alerta para tratar de conquistar las mujeres de esos otros escritores con asistencia perfecta, salvo al lecho. Y si, por algún hechizo le otorgan un premio no está permitido rechazarlo ni criticarlo: solo cambiarlo por efectivo en alguna casa de empeño". Luego, como si yo saliera de la nada me consulta sobre el precio del café.
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