| viernes, 12 de noviembre de 2004 | Gracias, celador Eduardo Cúneo Corría el año 1942. Comenzábamos el primer año en el Superior de Comercio, anexo a la Facultad de Ciencias Económicas. En total el grupo de alumnos rondaba en los cuarenta y la mayoría teníamos 13, 14 y 15 años de edad. Un mundo nuevo, con timbrazos cada 45 minutos, cinco o diez minutos de pausa para el recreo y vuelta a comenzar. Ante este torbellino, resaltaba aún más la seriedad de algunos profesores que intentaban meternos en la mollera que la materia a su cargo era sumamente importante y por lo tanto "agarrate Catalina como puedas". Veníamos de la escuela primaria y en muchos casos la maestra nos daba clases desde el primer grado hasta sexto de aquel entonces. ¡Cuántas veces en el primer año no podíamos conciliar este salto! Pero ¡hete aquí! apareció el inicio de clases, un joven de no más de 18 o 19 años de edad como celador del curso. De aspecto serio, sencillo en transmitirnos cómo debía ser nuestro comportamiento tanto en clase como en las famosas "horas libres" o en los recreos cuando bajábamos del primer piso del quiosco de don Alejandro. La cuestión es que este muchacho captó de inmediato algunas falencias en el grupo a su cargo y ahí nosotros también a la carga. Materia o punto que no entendíamos (y eran muchos) lo teníamos siempre dispuesto a dar su explicación, ya sea en el pizarrón o con una palabra aclaratoria (lo hacíamos en el recreo o en las horas libres) y jamás rehusó su ayuda (hoy invalorable). Su sapiencia lo hacía con la mayoría de las materias. Pero ahí no terminaba su entusiasmo por enseñar. También era hincha fervoroso del fútbol y sabía aconsejar. En aquellos años eran muy famosos, por la rivalidad que despertaban los torneos intercolegiales. Me parece verlo lápiz en mano y anotando la preferencia de cada alumno por su deporte favorito. Quien estas líneas escribe, tuvo la suerte de participar en los torneos de fútbol intercolegiales de menores y posteriomente de mayores. Y siempre estaba ahí alentándonos sobre la misma raya del juego. Por supuesto que varias veces salimos campeones, tanto en la división menores como en las mayores durante los años del bachillerato comercial. Y siempre su presencia alentadora y consejos. Esa límpida amistad entre los alumnos y su celador nunca claudicó. Hoy, su irreparable pérdida nos llenó de tristeza y dolor. A Eduardo Cúneo, el celador que compartió con nosotros los mejores años del bachillerato, gracias.
Roberto C. Fernández Romo
enviar nota por e-mail | | |