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 martes, 09 de noviembre de 2004  
Confesiones de un gil

Me vuelve loco el asadito, es más, con el debido respeto por los vegetarianos y sus fundamentos -que tienen lo suyo-, uno piensa que un buen bife es tan esencial para el débil como algo ancestral en nuestra cultura. Y confieso también que creía que las vacas recibían un mazazo en la cabeza, y con ello un final instantáneo y exento de crueldad -al menos dentro de la estrecha axiología culinaria-. Pero, no, descubro (y perdón si afecto el apetito de alguno) que en algunos lugares -y burlando la legislación-, se las degüella y se las deja agonizar para permitir que se desangren de modo más completo y provechoso. O más rentable. Me enteré por Caferra, en LT8, y esto me empujó a alguna indagación entre los conocedores, que no sólo lo hallaron verosímil, sino que me hablan de lo habitual que es enganchar y colgar al animal aún vivo para "trabajarlo". Uno, guiado por la bronca, de inmediato recuerda que fue provechoso hacer jabón con otros cuerpos faenados y de inmediato lo descarta porque aquello fue con seres humanos. Pero, atención, si de rentabilidad se trata ¿por qué no pensar en jabones y otros beneficios a partir, no ya de del homicidio sino de las muertes naturales? Sí, son seres humanos pero no se mataría a nadie y sería provechoso. La respuesta es groseramente obvia: hay cosas sagradas que no se transgreden sin envilecerse. Estos frigoríficos, que incurren en estos métodos, seguramente fueron inaugurados por curas u obispos bendecidores, y quizás en algún despacho hasta aparezca un crucifijo. Y uno, un gil como dijimos, bueno, para peor de males es ateo, o mejor dicho: no cree en dioses, hadas y gnomos pero sí en lo sagrado, en que hay cosas sagradas aunque esto nos arruina un poco el ateísmo y lo vuelve de cabotaje. Es decir, no se trata sólo de los animales o de ética abstracta. Más allá de ineficacias administrativas, interesa lo político, lo político con mayúsculas, o sea: no rechazar sólo la crueldad sino estas aristas fascistas. Ahí lo de fondo: interesa que nos conscienticemos, que avancemos despacito en sublimar colectiva y culturalmente nuestras crueldades -es quimérico pretender eliminarlas- y así ir reduciendo no sólo una falla cultural sino nuestra disponibilidad más profunda para con los autoritarismos.

Héctor Cepol, DNI 6.069.613


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