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 domingo, 31 de octubre de 2004

Para sacarle la bicicleta le clavaron un cuchillo junto al ojo izquierdo
Los recuerdos de un increíble ataque con puñal en una oscura madrugada
Ramón Fabián Godoy deambuló dos horas con el arma incrustada en su rostro. "Todos se asombraban", dijo

Andrés Abramowski / La Capital

Ramón Fabián Godoy caminó, "en cámara lenta", las dos cuadras que lo separaban del cuartel de la Tropa de Operaciones Especiales (TOE), de Rouillón al 1800. Allí denunció que terminaban de robarle la bicicleta. Quien lo escuchaba era un guardia que no podía dejar de mirarlo azorado: tenía un puñal clavado casi adentro del ojo izquierdo. Un mes después Ramón se recupera en su casa del barrio 23 de Febrero, en el sudoeste de Rosario. Como una marca de nacimiento, lleva una cicatriz que abrocha parte de ambos párpados de su ojo ahora ciego. Y otra, que une sus sienes trazando un semicírculo casi perfecto que bordea sus parietales, pronto desaparecerá bajo el pelo que avanza sobre su frente. Mirarlo y escucharlo unos minutos alcanza para decir que nació de nuevo sin caer en un lugar común.

El viernes 24 de septiembre, alrededor de las 7.30, un equipo de neurocirujanos del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca) comenzaba una compleja operación para extraer el cuchillo que Ramón llevaba clavado desde hacía casi dos horas. Eran diez centímetros de una hoja filosa que fracturó un hueso, a milímetros de su cerebro. Sólo la anestesia pudo dormirlo luego de dos horas en las que perdió sangre y durante las cuales su única preocupación era que sus familiares no lo vieran en ese estado. "Discutí con los policías, los enfermeros, mis patrones. A todos les dije que no llamaran a mi mujer ni a mi padre. Ellos no lo iban a soportar", recordó.

"Ansioso", "hiperactivo", "de carácter fuerte y muy exigente" se define este técnico electricista de 33 años, casi en pasado, o al menos queriendo dejar atrás esas características, mientras su mujer Stella asiente: "Sí, pero ahora cambió mucho". Al escuchar a ambos, se puede arriesgar que la puñalada que no mató a Ramón, en algún sentido, lo ha despertado. "Es cierto, no se puede tener todo bajo control", reconoce, y sonríe al recordarse discutiendo, por ejemplo, porque no se quería sacar la alianza antes de entrar a la sala de radiología. Discutiendo con quien fuera mientras llevaba un puñal clavado en la sien. Y, por supuesto, nadie podía creer lo que sucedía porque aún hoy es difícil de creer que alguien haya podido vivir con total lucidez lo que le pasó a Ramón.


El robo y el asombro
Ramón salió de su casa a las 5 de la mañana del último viernes de septiembre rumbo al trabajo que desde hacía tres semanas desempeñaba en una fábrica de plásticos, en barrio Ludueña. Ese día cambió su recorrido habitual de una hora de pedaleo y tomó por Rouillón hasta Pellegrini, para evitar retrasarse por el cambio de vías en un paso a nivel sobre Avellaneda. "Todavía estaba oscuro cuando se me apareció un personaje, por no decir una palabra fea. Estaba esperando a ver quién caía junto a un lomo de burro y me tocó a mí. Me amenazó con un cuchillo grande para que le diera la bicicleta y la mochila. Le di la bicicleta como escudándome en ella al mismo tiempo. Pero igual me tiró un puazo", rememoró el hombre.

Lo que más "bronca e impotencia" le sigue dando a Ramón es que nunca intentó resistirse al asalto. Tras levantarse del pavimento donde quedó tendido se llevó la mano al cuchillo y enfiló hacia el cuartel de la TOE que él sabía que estaba a unas cuadras. Iba ensangrentado, cree que gritando, y la poca gente que se iba cruzando ante él seguía su camino. "Deben haber creído que estaba borracho. Si hasta el guardia de la TOE se me acercó mirando feo. Entonces le mostré el cuchillo y no lo podía creer".

"El policía fue a buscar a los demás y vinieron a ver qué pasaba. Les dije que no me sacaran el cuchillo. Me querían acostar boca arriba, pero les dije que no, porque me ahogaba. A esa altura ya sentía frío y creo que en un momento vomité". Mientras esperaban la ambulancia, Ramón fue inevitablemente interrogado por la curiosidad de los policías.

Recuerda haber respondido todo como si hubiera sido víctima del más inocente de los arrebatos. Su ojo derecho fue testigo del asombro que causaba oírlo describir minuciosamente a un tipo de "gorro blanco, campera y pantalón vaqueros gastados", que parecía "muy drogado, porque no tenía olor a alcohol". Les dio a los policías el carné de la aseguradora, el número telefónico de su trabajo y les remarcó -en un tono nervioso e imperativo, pero también al borde del desmayo- que no llamaran a su esposa. "Yo no tenía miedo por mí, nunca tuve miedo".


Cabeza abierta
Luego de ser estabilizado, la ambulancia lo llevó al Heca donde "esperaban a un herido de arma blanca en el hombro". Su ojo derecho seguía siendo testigo del asombro ajeno. Recuerda discusiones y demoras, pero su única preocupación era que su familia no lo viera así. Calcula que llevó el puñal clavado dos horas, hasta que se durmió bajo la luz del quirófano, previo paso por radiología y tomografía. Despertó lleno de tubos. "Lo único que no me dolía era la cabeza".

El recuerdo de las cuatro noches en terapia intensiva es lo que más aborrece. "Es terrible, hay mucho dolor, desesperación, gritos. Exigí que me sacaran y me dijeron que si no me tranquilizaba no me iba a recuperar. A partir de ahí empecé a replantearme mi vida".

Ramón fue llevado al quinto día al Sanatorio Delta, donde le detectaron una fisura en el cráneo por donde se filtraba el líquido que recubre el cerebro. "Me hicieron una operación de gran complejidad, de tres horas. Me abrieron el cráneo, levantaron el cerebro y sellaron la fisura", describió simple y claramente, pero ayudado por la elocuencia de ese tajo de 30 centímetros que surca su cabeza.

El posoperatorio fue excelente y no sólo a nivel clínico. Ramón dice que su familia, así como los médicos y enfermeras le hicieron dar cuenta de que no estaba tan solo como "a veces" se sentía. Que puede "confiar en los demás, delegar responsabilidades". Como en una novela, sus compañeros del trabajo, donde no había alcanzado a cumplir un mes -y en el cual días atrás fue efectivizado- le hicieron una colecta y juntaron mucho dinero. "Hasta gente desconocida se acercó a ayudarme".

"Es una paradoja que me haya pasado algo así para conocer otras cosas buenas", dice Ramón disfrutando de la compañía de sus hijas Mariel, de 13 años; Pamela, de 9, y de su beba de siete meses Kiara. "Tal vez quede ciego de un ojo -esta semana sabrá si el cuadro es irreversible- pero estoy entero, puedo caminar, moverme solo. Y además creo que razono igual que antes, no se me borró nada de la memoria. Siempre fui de pensar mucho, aunque ahora creo que soy más positivo".

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Ramón Godoy y sus cicatrices. Esta semana, los médicos le dirán al hombre si pierde o no la visión de su ojo dañado.

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