 | lunes, 11 de octubre de 2004 | Cuando el código del guapo quedó en offside Pocos minutos de un partido entre un equipo muy necesitado y otro con sed de protagonismo. La escena transcurre en el corazón de la Capital Federal y es real.
El defensor veterano del equipo local le da un puñetazo en el estómago, sin nada en juego por ese sector de la cancha, al joven mediapunta visitante. El chico se dobla, cumple con los ejercicios para recuperar el aire pero no abre la boca.
El zaguero, veterano de mil batallas y con un pasado en equipo muy grande en sus inicios, trata de imponer su ley. Las reglas del más fuerte, del de mayor personalidad, del veterano, del dueño de casa. Pero no consigue el objetivo, más bien activa la cruel revancha de los más jóvenes.
De fracasado hacia atrás y hacia adelante recibe casi todos los calificativos imaginables y los nervios, a la que se suma la dureza de sus intervenciones empiezan a traicionarlo. Pasa de largo una y otra vez. En una de tantas, la suela de su botín derecho estalla contra la cadera de un rival que circunstancialmente pasaba por allí. La tarjeta roja le demuestra que el implacable paso del tiempo hace estragos.
Pero esta historia real tiene, o intenta tener, un mensaje distinto. Los chicos ya no son como antes. Ya no respetan las canas de sus adversarios y responden con mayor crueldad de la recibida a las agresiones. El umbral intelectual de los niños jugadores de fútbol se ha elevado y ya no toleran los arrebatos de los que quieren imponer sus códigos a lo guapo. Es probable que los clubles recuperen a los más viejitos para garantizar sus campañas, pero los pibes ahora crecen antes.
Está claro que nadie es Gardel sin serlo. Ni Gardel ni Gardelito. enviar nota por e-mail | | |