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 domingo, 10 de octubre de 2004

candi
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-Qué difícil es en pocas líneas hablar de lo infinito, lo eterno, lo sublime, pero lo habíamos prometido a la feligresía católica y allá vamos. Ojalá que esta charla nos salga bien. Una charla que podríamos titular: "La Virgen... esa Madre". Y vaya, también, como homenaje a todas las mamás, esos seres delicados, sensibles, a los que se homenajeará próximamente.

-No es mucho lo que los Evangelios canónicos nos cuentan de María. Además de otros documentos antiguos, quien más abunda sobre la vida de la Madre de Jesús es el protoevangelio apócrifo de Santiago. Pero aun cuando los canónicos no hablan demasiado sobre la Virgen, lo que se dice es contundente y significativo. Hay tres instantes en su vida determinantes para ella y para la humanidad, y en ellos nos vamos a detener. El primero (al que le sigue el alumbramiento) es el de la concepción. Regocijo y dicha plena: no sólo se le anuncia que su vientre es causa de vida, sino que esa vida es el Mesías que aguardaba Israel y cuya palabra sería dada a la humanidad. Esta Madre concibe a quien viene a decir a los atribulados, a los débiles, a los desamparados y aun a los poderosos que hay un camino, un camino que lleva a la trascendente realización: el camino del amor.

-Es cierto que muchos no comprendieron ni comprenden que cosa significa esto. Pero María lo entendió en el mismo momento en que le fue anunciada la magnífica noticia. Por eso cuando con el bebé en su sublime panza visita a su prima Isabel entona el Magnificat (himno conmovedor escuchado por los monjes benedictinos) y dice con humildad aun sabiendo de todo su poder: "Mi espíritu se regocija en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la bajeza de su esclava. He aquí que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones porque ha hecho en mi favor grandes cosas el Poderoso". Este momento de María, el de la concepción, puede ser sutilmente comprendido por la mujer a la que llena de amor y deseosa de dar vida le dicen: "Estás embarazada". Ese otro momento sublime de la Virgen, el del alumbramiento, sólo puede ser entendido por la que grita de dolor en medio de la gran dicha (¡qué paradoja fantástica!).

-Pocas informaciones hay sobre la infancia de Jesús. Pero toda la dimensión de la Madre abnegada se manifiesta cuando el Evangelista narra la preocupación de María cuando el pequeño se pierde en el templo. Esos son años de felicidad, de dicha, de gozo. Un gozo que se torna éxtasis cuando ese amado hijo, ante una multitud, le regala a la humanidad de todos los tiempos las más bellas palabras que jamás podrán escucharse: el Sermón del Monte que comienza con ese: "Bienaventurados los pobres...".

-Pero ha de sobrevenir para esta mujer, que las multitudes llamarán bendita, el segundo y patético momento. Momento tremendo, desgarrador: su hijo, ese que habla del amor y lo esparce como preciosa semilla, es llevado a la muerte. No a cualquier muerte, sino a muerte de cruz, la más traumática y dolorosa de todas. Esta tragedia, también, puede ser sólo sutilmente comprendida por aquellas mamás que han perdido a un hijo. No es posible ni siquiera imaginar el dolor de esa Madre que ve a su hijo azotado, clavado, colgado y lanceado. Momentos antes de la cruz, Jesús pronuncia unas palabras proféticas para la humanidad ante unas mujeres que lloran su tortura: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque días vendrán en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no criaron. Entonces dirán a los montes, caed sobre nosotros; y a los collados, sepultadnos, porque si en el leño verde esto hacen, ¿en el seco qué se hará?".

-Sí, Jesús tenía razón: ¿qué ha hecho el poder de todos los tiempos con los hijos de las madres benditas de la humanidad? María vive la dicha y el dolor. María vive (aunque engrandecidos) sentimientos que son comunes a todas las madres. ¿Qué mamá no ríe? ¿Qué mamá no llora junto con su hijo especialmente en estos momentos difíciles? María se desgarra en la cruz de Jesús como tantas madres se desgarran ante la muerte o la desdicha del fruto del vientre. Pero María retorna a la plenitud y a la gloria en un tercer momento, definitivo, trascendente: la resurrección de su querido Ieshúa. Es en esta resurrección, es en esta maravillosa Madre donde tantas otras tienen puesta la confianza y la esperanza. Esperanza de que sus hijos, crucificados por la injusticia, resuciten a una nueva vida, de amor y de paz. Que así sea.

Candi II
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