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 lunes, 06 de septiembre de 2004

Tras el oro olímpico, Argentina no se relajó

Ese carnaval que los jugadores improvisaron en el vestuario, cantando y saltando en cueros, utilizando a las puertas y ventanas como elementos de percusión y tirando agua hacia arriba, significó mucho más que un simple desahogo por una victoria significativa. El plantel argentino festejó tanto porque aquí, en Lima, cerró de la mejor manera un recorrido de dos meses brillante y extenuante en dosis semejantes.

Que incluyó primero un sinsabor grande, como fue el inmerecido traspié ante Brasil en la final de la Copa América. Y que después encontró la mejor reivindicación posible: la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, un logro inédito en la historia del fútbol argentino.

Tal vez porque en esos sesenta días se la pasaron entrenando y viajando, de concentración en concentración, el grupo se fortaleció. Y comenzó a cimentarse una mística ganadora similar a la que el seleccionado supo construir antes del fracaso en Corea y Japón 2002. El destino le jugó una mala pasada en la Copa América y fue mucho más generoso y justo en Atenas.

Pero el plantel sabía que la rueda del fútbol seguiría girando y que la parada en Lima, como casi todas las que se afrontan de visitante en las Eliminatorias, no sería sencilla. Y se fijó como meta ganar. Ganar aquí también, para espantar cualquier sospecha sobre una posible relajación tras la consagración olímpica.

Y como la apuesta les salió redonda, con un 3-1 incuestionable más allá de que la tranquilidad recién llegó en el último minuto con el gol de Juan Pablo Sorín, celebraron a lo grande, casi a modo de ofrenda hacia ellos mismos.

No se trató de una actuación brillante ni mucho menos, pero sí sobria e inteligente. El oportunismo, esa virtud tan preciada en el fútbol, jugó a su favor después del empate parcial de los peruanos, cuando Fabricio Coloccini puso enseguida el 2-1 con un cabezazo.

Además, antes de que el encuentro se hiciera de ida y vuelta, un tome y daca casi sin concesiones, la Argentina volvió a entregar nuevas evidencias de su creciente intención de buscar por abajo y progresar tocando. Ya no se ven tantos pelotazos. Y la pausa es vista más como una necesidad para emprolijar el juego que como un recurso volatil. Antes todos iban y venían a la velocidad de un Fórmula Uno. Eso ya no ocurre.

Los cambios, al cabo, están redundando en buenos resultados tanto en la cosecha numérica como en el juego. Ni más ni menos que lo que pretendía la gente.

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El festejo de los jugadores en el estadio de Universitario de Lima.

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