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 lunes, 06 de septiembre de 2004

Editorial
La masacre de Beslán

La opinión pública de los países democráticos del planeta no logra salir del estupor por lo ocurrido en Beslán, la ciudad rusa donde se produjo la masacre de más de 350 personas, entre niños y adultos. Una cifra que se estima podría llegar a 500, con el paso de las horas, convirtiéndose en la mayor matanza producida por un atentado tras el que derribó a la Torres Genelas. Una pregunta surge como ineludible y es por qué razón las fuerzas de seguridad rusas, teniendo el antecedente de la masacre en un teatro, volvieron a actuar con tanta falta de criterio y de medios.

Se supone que cualquier estrategia para evitar que se repitan tragedias por iguales motivos -en este caso la demanda de un grupo fundamentalista checheno de independencia para su territorio- implica haber aprendido de los errores cometidos. Y se sabe que el terrorismo checheno es capaz de llegar hasta la últimas consecuencias sin reparar en ningún condicionamiento.

Todo indica que las fuerzas rusas decidieron el asalto a la escuela, donde se hallaban 1.200 personas secuestradas, luego de que los terroristas comenzaran a disparar por la espalda a niños que intentaban fugarse. Pero aún dando crédito a esta versión -otros dicen que el ataque fue premeditado-, se sabía que el asalto desataría una masacre, porque el colegio estaba sembrado con bombas. Por otra parte, se constató que no existía suficiente equipo de médicos, paramédicos y ambulancias para asistir a los heridos adecuadamente.

El presidente Putin argumentó como defensa frente al fracaso que "se mostró debilidad y a los débiles se los golpea" y culpó a la corrupción en la fuerzas de seguridad, en especial a la guardia fronteriza, por permitir el ingreso de terroristas al territorio ruso. De sus declaraciones se desprende que no habrá autocrítica y seguirá con su política inflexible y de mano dura, aunque los atentados y secuestros, lejos de amainar, se multiplican.

Desde luego, la principal responsabilidad de las muertes la tiene el terrorismo, que en su desesperación y fanatismo es capaz de cualquier tipo de acción: derribar aviones, tomar un teatro o una escuela y asesinar niños. No obstante se vuelve un imperativo que el presidente Putin comience a reparar en las causas que originan los conflictos y no en los efectos, incorporando en las negociaciones a organizaciones internacionales y representantes religiosos. De lo contrario, el mundo seguirá siendo azorado testigo de nuevas y mayores atrocidades.

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