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 lunes, 16 de agosto de 2004

La derrota le envió mensajes a Central
Los canallas fueron un equipo en cada tiempo

Alejandro Cachari / La Capital

Un par de sensaciones, o algunas puntas. De las futbolísticas, que sólo pueden cambiar los jugadores dentro del campo de juego. Y de las estratégicas, que necesitan del aporte del entrenador. Dos ítems clave para analizar de cara al clásico y después de la derrota de Central en Sarandí frente a Arsenal.

La primera observación debería dividirse en dos partes, exactamente repartidas entre el primer tiempo y el complemento.

En los 45 minutos iniciales el equipo de Púa fue primereado y dominado por el de Burruchaga. Un gol al minuto y otro a los 22' eximen de mayores observaciones respecto del oportunismo del local para sacar una ventaja casi decisiva para los tiempos de fútbol apretado y de pocos obsequios que se viven.

Que los del Viaducto hayan dominado en ese lapso no debería ser demasiado preocupante si se toma en cuenta que cualquiera puede prevalecer sobre el otro si interpreta mejor el libreto. Y por eso sucede, siempre pasa, que los partidos tienen dominios alternados. Nadie, o casi, puede mantener un rendimiento perfecto durante una hora y media. Quien lo logra saca diferencias disparatadas. Sucede muy de tanto en tanto. Hasta allí nada de qué preocuparse. O en todo caso, subsanable en el breve lapso.

La cuestión que denota cierta gravedad, en términos futbolísticos obvio, es el andar de Central en el período final.

Allí Arsenal le entregó terreno y pelota haciendo uso de su ventaja de dos goles. Y los canallas no supieron qué hacer con el útil. Coparon el espacio, es cierto, ejercieron dominio territorial, pero carecieron de lectores para encontrar la opción más adecuada. Hasta por momentos aparecieron Talamonti y Meloño trasladando la pelota en las cercanías de Limia. Y ello se parece mucho más a un manotazo de ahogado desprovisto de todo argumento futbolístico que a una búsqueda. El control del balón jamás asegura nada. Y mucha veces denota impericia y también impotencia.

Ese parece ser el saldo más negativo. La escasez de recursos para herir a Arsenal teniendo el dominio de la pelota y el campo. En síntesis, cuando dependió de sí mismo, Central jugó peor que cuando lo dominó Arsenal por culpa de su encomiable apego al trabajo y un culto innegable a la pelota parada. Es que Burruchaga piensa las jugadas hasta en la salida de los laterales. Es por eso que Arsenal, sin nombres rutilantes, se transforma muchas veces en un jeroglífico indescifrable para muchos. Y siempre sorprende. Tiene variantes, conoce al dedillo las buenas y malas del equipo que tiene enfrente. El sábado, Central, pareció ser la antítesis de eso y lo pagó caro.

Queda por desarrollar el aspecto estratégico. Púa vio con buenos ojos algunas modificaciones y benefició al equipo con los ingresos de Cámpora y sobre todo de Andrés Díaz. Es cierto que por entonces los futbolistas de Arsenal ya tenían 45 minutos encima, pero es una opción válida que mejoró algunos aspectos del equipo.

Díaz le entregó presencia al equipo por izquierda y un ida y vuelta que no había conseguido con Irace. Y además se las arregló para controlar al hasta entonces ingobernable Hirsig.

Cámpora se asoció mucho más que Villa al equipo y Vitti encontró por momentos un aliado de tres cuartos hacia adelante.

Javier consiguió el descuento, premio al jugador que no dio por perdida una pelota aislada y confió en sus condiciones para llegar antes que el arquero Limia. Eso solo le sirvió para ser más que el casildense Villa, de intrascendentes 45 minutos.

Lo que viene es el clásico. Aquello del primer tiempo tiene arreglo, lo del segundo necesita de cirugía mayor. Y es probable que el bisturí deba apuntar al carácter y el espíritu del equipo.

Los cambios son patrimonio de Púa. Tanto como la decisión de los nombres que afrontarán el derby el fin de semana próximo en el Gigante de Arroyito.

Es cierto que un Central-Newell's está más allá de cualquier consideración previa. Disquisiciones que sirven de muy poco. Pero siempre es bueno reducir el margen de error al mínimo.

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Pablo Vitti fue el mejor por su entrega.

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