| domingo, 15 de agosto de 2004 | Lecturas Todo el tango en la palabra tango Oscar Sbarra Mitre "Tango (Un lugar en el mundo para nuestra cultura)" de Miguel Jubany. UNR Editora, Rosario, 2004, 350 páginas.
¿Dónde estarán? Pregunta la elegía / de los que ya no son, como si hubiera / una región en que el Ayer pudiera / ser el Hoy, el Aún y el Todavía". Esta estrofa, de inenarrable belleza, marca el inicio del no menos legendario y trascendente poema "El Tango" de Jorge Luis Borges. Seguramente, el interrogante no ha sido ajeno a las inquietudes de Miguel Jubany, para preguntarse sobre los inmortales tangos de aquella época de oro de los años 40 del pasado siglo, y, más aún, por las raíces culturales de una de las creaciones urbanas, musical-poética, más notables a nivel planetario.
Que el libro es un amigo generoso y desinteresado bien lo sabemos. Este de Miguel Jubany, "Tango, un lugar en el mundo para nuestra cultura", no constituye, precisamente la excepción a tal regla. Pero los buenos textos, partícipes de la inefable liturgia de la palabra, guardan otras dos características que los transforman en relevantes y, por tanto, los tornan imprescindibles. ¿Qué es un buen libro? Aquel que siembra dudas, prioritariamente a las certezas, despertando las ansias de indagar, y, que, siempre, nos parece poco luego de leído, porque nos ha enamorado del tema tratado, que desearíamos se prolongara en el inasible espacio de lo eterno, y en el misterioso tiempo de lo infinito.
Tal vez el maestro Horacio Ferrer acertó -una vez más- con la definición exacta de este libro: es el del Tango entero, dice en su prólogo. Es que ese terceto que interpreta fielmente la llamada, más acertada que pomposamente, Teoría del Tango -las tres Gracias de la Memoria, la Identidad y la Cultura Nacional-, marca el perfil de este compendio notable, por lo completo y abarcativo, de lo que el fenómeno tanguero significa a través del tiempo, básicamente por sus esencias antes que por sus formas.
Confieso que reiteradamente he meditado sobre lo inenarrable de las esencias que adornan, históricamente, la axiología de nosotros, los argentinos. ¿Cómo explicar, verbigracia, cosas tan disímiles y tan vitales como el tango, el peronismo o los ojos de la mujer amada? Y arribé a la conclusión de que los fundamentos no se reflexionan, simplemente se sienten. Este sentimiento me produce el libro de Jubany. Como si lo vibrante de la música del río ancho como el corazón de quienes habitan sus riberas, me recordara aquel "..retumbar del barro a la igualdad", mencionado por la "Falta y Resto" montevideana en su obra "1811", épica descripción de la "redota", la retirada artiguista del sitio de la plaza amurallada, por disidencias con los jefes porteños, ante la firma, por parte de éstos, del armisticio con los colonizadores. Al igual que el gran jefe oriental, el tango exhibe esa mezcla de orgullo y dignidad que marca, indeleblemente, a los personajes supremos y a las circunstancias superlativas de la historia humana.
Esa cultura histórica, que rescata el autor, como criterio superador de la llamada cultura popular, ubica al tango no en las etapas sucesivas del tiempo sino en las simultáneas de la eternidad. Es cierto que no se puede encapsular la eternidad en un instante, pero cada instante puede ser la huella de la eternidad. Un acorde, o un paso de baile, o una interpretación, o un verso del tango es capaz de fijar ese rastro, como una letra en la Historia, como un paso en la Eternidad. El tango es un cruce de los anhelos del ser nacional, mutifacético y poliédrico. Es la parte igual al todo, como en la matemática del infinito. Lo dice Leopoldo Marechal: "el tango es una posibilidad infinita".
Receptor y contenedor de mitos y valores, el tango es síntesis de identidad. Con claras raíces en la habanera, el tango andaluz, el candombe y la milonga, unido a la herencia de la negritud. Y acá vale la pena detenerse, como lo hace Miguel, aunque lo nuestro sea breve. Esa maravillosa cultura de aquellos seres que los depredadores de la Humanidad designaban con el siniestro mote comercial de "marfil negro" -y que en ambos bordes del Atlántico nos enseñaron a reconocer y amar, entre muchos otros, Leopold Senghor, Nicolás Guillén y Manuel del Cabral-, impregnó definitivamente nuestra memoria. Al igual que todas las músicas de la costa este de América (samba, cumbia, merengue, salsa, jazz, son cubano, etc.), la tanguidad reconoce el sello común del lejano tam-tam, de las cuerdas de tambores, del alegre bullicio, que los culturosamente incultos califican de ruido, cosas de negros, "quilombo" (barracas o chozas donde se alojaban los sometidos como esclavos, evadidos del yugo de sus indignos amos, que intentaron, vanamente, privarlos de dignidad), esos eufemística y estólidamente designados como "gente de color" (¿quienes serán los humanos "incoloros"?, ¿tal vez los insípidos?), que desaparecieron, casi bruscamente, de entre nosotros -guerra de la "triple infamia" y fiebre amarilla mediante-, pero nos siguen alumbrando con la luz de su legado invalorable, en el cual se cuenta el tango. Una luz similar a la de remotísimas estrellas que atraviesa el espacio como mensajera del tiempo, aun cuando su fuente se haya extinguido, y que lo hará mientras el Universo exista.
Volvemos, para concluir, a la evocación de Borges -el compañero "innobel" de James Joyce- que en otro comienzo poético, el de su tan impactante como enigmático poema "El Golem", reflexiona: "Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo". Claro, la tentación de parafrasear lo insigne suele ser irresistible. Por eso nos atrevemos a prolongar la meditación del maestro, diciendo "...y el tango mismo en el vocablo tango". Al menos, en la palabra que utiliza Miguel Jubany para dar título a su magnífica obra, espejo de la cultura y la historia tangueras de las orillas del Plata. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Carlos Gardel e Ignacio Corsini en 1930. | | |