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 domingo, 15 de agosto de 2004

Un trampolín a la incertidumbre

Mauricio Maronna / La Capital

Para poder salir también hay que saber entrar. La ley de lemas se convertirá en historia dentro de poco tiempo, aunque no todo el lastre será arrojado al mar.

La inmensa mayoría de la dirigencia política santafesina carece de un atributo básico para quien pretenda convertirse en estadista o cuadro político de fuste: visión estratégica y apertura mental. Y eso, para construir el futuro, se convierte en un collar de cemento. Mientras el gobierno se rompe la cabeza tratando de encontrar una puerta de emergencia que evite la ruptura partidaria y atenúe las crispaciones, la oposición se apresta a cantar victoria, golpearse el pecho y celebrar que el enemigo le haya regalado el triunfo en bandeja.

El ciudadano común (harto de tanto palabrerío) debería encontrar la pausa necesaria para reflexionar sobre la extraordinaria muestra de improvisación, vulgaridad, ineptitud y lecciones de maquiavelismo trucho que se esconde debajo de los consignismos. ¿Y ahora qué?, será la pregunta que sobrevendrá tras la caída de una ley que sirvió en su inicio para dejar atrás las internas cerradas y el manojo de políticos que se repartían la provincia (y las prebendas) a pura transa.

Sin ley de lemas, Carlos Reutemann jamás hubiese sido gobernador ni María Eugenia Bielsa vicegobernadora. Y ambos representaron un salto cualitativo para las instituciones. Lo propio le corresponde a Jorge Obeid, una versión mejorada de quienes se afincaron en la Casa Gris desde el 83 hasta el 91.

El uso y abuso de ese instrumento electoral por parte del oficialismo y la oposición convirtió a la norma en una variante esperpéntica, apta para que arribistas, farabutes y buscas de la política hayan tenido la oportunidad de gozar de una banca de concejal o legislador provincial. Nadie le puso el cascabel al gato.

Pero es hora de dejar de mirar con la nuca y detenerse en el término de moda de la berreta política santafesina: "El sistema superador".

El flamante manual de bolsillo lleva el pomposo nombre de "internas abiertas, simultáneas y obligatorias", aunque ninguno de los que pronuncia el concepto muestra sus verdaderas cartas.

La Capital tuvo acceso a un documento interno del PJ (de más de 50.000 caracteres) que desmenuza el proyecto girado a la Legislatura por Obeid. El paper, que está siendo analizado por los senadores, hace 32 objeciones a la endeble iniciativa del Ejecutivo, algunas de las cuales no dejan de ser llamativas:

u ¿En qué párrafo de la ley se indica que las primarias son obligatorias para los partidos políticos?

u ¿Cuál sería la sanción para el partido político que desoyese el mandato de la obligatoriedad en las internas abiertas?

u ¿Cuál sería la sanción para el ciudadano que no concurra a votar en una primaria abierta, y en qué norma de aplicación se encuentra regulado?

u ¿Se puede excluir de la contienda general a un partido de distrito que no presenta candidatos en la interna cuando hay otras leyes nacionales que se lo permiten?

u ¿Los precandidatos que compiten en una interna abierta deben ser afiliados al partido que representan? ¿Cómo juegan las cartas orgánicas en este supuesto?

u ¿Existe alguna cantidad límite para presentar candidaturas por un partido político en una interna abierta?

u ¿Qué pasa con los partidos políticos que deciden no ir a la interna abierta e ir directamente a la general? ¿Pueden hacerlo?


Para no aburrir al lector, es preferible no reproducir en esta columna todos y cada uno de los interrogantes del frondoso documento.
Hay que reconocerle honestidad intelectual a Hermes Binner: sostuvo hace algunos meses que prefería volver a las internas cerradas. Casi todos en su partido piensan lo mismo pero no lo dicen.

Los defensores justicialistas del actual esquema electoral dieron cifras comparativas sobre el menú de candidatos para justificar la continuidad: "Antes de la vigencia de la ley de lemas, para cubrir 2.400 cargos en disputa se presentaban 14.000 personas; luego de la sanción de la norma, en la primera elección, se duplicó a casi 28 mil postulantes. Esto creció hasta la última elección, a la que se presentaron algo más de 40 mil ciudadanos como candidatos".

En esta declaración aparece marcada claramente la falta de sintonía entre lo que piensan los políticos y lo que anhela la sociedad. Si de algo se hartaron los rosarinos es de la proliferación de boletas, del carnaval proselitista ofertando postulantes desconocidos, de las siglas tramposas, de los clones. En definitiva, la ausencia de controles para evitar el desquicio (los avales fueron monedas de cambio para el festival de postulantes) se convirtió en el virus que contaminó el sistema.

Los líderes de los partidos tuvieron la excelente oportunidad de airear la casa, convocar a independientes y referentes de la sociedad bajo un denominador común: capacidad y transparencia. Lejos de esto, unos y otros optaron por regalarles cargos a punteros y familiares.

En la política, como en todos los espacios de relativo poder (incluido el periodismo), los mediocres prefieren rodearse de adláteres, aún más mediocres, para que nadie pueda crecer en demasía. Los que escapan a esta regla no escrita son los mejores, los first class. Y en Santa Fe no abundan.

La ley de lemas agoniza; solamente falta que la rocíen con el óleo sagrado en forma de extremaunción.

Bajo la esfinge "de una nueva forma de hacer política" tal vez se esté construyendo un inmenso caballo de Troya que espera la hora para volver al pasado.

En 20 años de democracia, la única reforma en sintonía con lo que la gente demanda fue la reducción de concejales en las ciudades de Rosario y Santa Fe. Sin embargo, agazapados, casi todos esperan que en las próximas elecciones esa innovación sea derogada y el Palacio Vasallo vuelva a convertirse en un refugio para políticos caídos en desgracia.

El intendente Miguel Lifschitz prometió que eso no sucederá. Si actúa en consecuencia con sus palabras les estaría haciendo un gran favor a quienes reclaman una mejor política y mucho menor gasto.

Mientras la oposición prepara el champán para festejar, en el justicialismo las aguas bajan demasiado turbias: las descalificaciones entre reutemistas y obeidistas adquieren un peligroso in crescendo, aunque algunos intentan bajar los decibeles.

"Nunca muestres odio hacia tu enemigo. Si lo haces, habrás perdido el juicio", aconseja Michael Corleone en El Padrino III. La inminente derogación en Diputados de la ley de lemas lejos está de constituir el fin de la película.

Como dijo Winston Churchill en el mismísimo Día D: "No sé si es el principio del fin, pero sí que es el fin del principio".

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