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 domingo, 15 de agosto de 2004

El cazador oculto: Excitación en un desfile de modas

Ricardo Luque / La Capital

No hay nada más glamoroso que un desfile de modas. Las luces, la pasarela, los flashes, esa incontenible agitación que vibra en el aire con cada pasada, son irresistibles. Al menos para esos corazones sensibles que se conmueven hasta las lágrimas frente a los brillos iridiscentes de las vidrieras de Tiffanys y que la noche del jueves poblaron el salón de Terrazas del Paraná donde L'Oreal presentó "lo mejor de la moda argentina en Rosario". Ahí estaba, sentadita en primera fila, Verónica Collins, que con una camisa rosa pálido, un ajustadísimo pantalón negro y los labios rojo carmín era una auténtica chica Cosmo. A su lado se sentó blanca y radiante Andrea Garrone. También iba de negro y también tenía un detalle rosa pálido (un pañuelo atado al cuello), igual que todas y cada una de las mujeres que, siguiendo los consejos de Para Ti, querían lucir fashion. A unas pocas sillas de distancia estaba Nora Nicótera, que como siempre se las ingenió para salirse del molde. Una falda acampanada de cuatro colores (una mujer con lengua de serpiente la describió como "una carpa de circo"), camisa blanca y saco oscuro de pana y botas de media caña ¿marrones? Un equipo que no aparece en las sugerencias de ninguno de los popes de la alta costura del planeta Tierra, pero que, hay que admitirlo, era original. Tanto como la excusa con la que Mario Araya se dejó caer por el lugar. "La nena quería ver a las chicas", comentó con un guiño el presidente del Jockey Club mientras caminaba entre los invitados VIP con su hija de la mano. Se acomodó junto a Roberto Caferra, que una vez más vistió el mismo traje negro de los viejos buenos tiempos de "Medianoche". "Necesita visitar al sastre", disparó mordaz Osvaldo García Conde y no se equivocó, las costuras del saco del indomable periodista de LT8 parecían a punto de explotar. Igual que la cabeza de Adrián Gallo, el romántico ejecutivo del 3, que lejos del grupo movía la cabeza de una punta a la otra de la pasarela siguiendo el paso de cada modelo. Parecía uno de esos perritos que se llevan en la luneta trasera del auto. María José Gindre, que seguía la escena desde el fondo de la sala, pedía calma con la mirada. Algo imposible. Las calzas negras que asomaban bajo su vaporosa minifalda eran capaces de poner nervioso a un muerto.

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