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 miércoles, 11 de agosto de 2004

El veneno argentino, el odio

Carlos Duclos

"La venganza es una especie de justicia salvaje", decía Francis Bacon y este pensamiento podría ser completado con el de otro escritor y político inglés Joseph Addison, quien sostenía que "La venganza prolonga y alarga las enemistades". Lo cierto es que la justicia salvaje y la enemistad muy lejos de contribuir al crecimiento de la sociedad la hacen sucumbir en una mar de aflicciones en donde nadie, al fin, está a salvo. Si algo caracterizó a la vida argentina es el odio y la venganza entre su dirigencia desde los mismos albores de la Patria. Uno de los episodios más tremendos y arraigado en esta sociedad, pero no el único, fue el odio entre unitarios y federales. Un sentimiento que llevó a cometer actos crueles. Paroxismo que, a fuer de ser sinceros, no es posible ni justo cargar sólo sobre las espaldas del Restaurador, porque durante los gobiernos unitarios hubo tantas crueldades como las que caracterizaron a los mandatos de Rosas. Veamos sino lo que dice José Hernández cuando los unitarios asesinan sin piedad y degüellan al general Peñaloza: "El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño del asesino, al bárbaro Sarmiento". Implacable con el sanjuanino, el autor del Martín Fierro manifiesta en otro texto: "El nombre de Chumbita recordará siempre aquel rasgo de la administración del señor Sarmiento, en que fueron cruel y bárbaramente fusilados por equivocación, ciudadanos que ningún crimen habían cometido, sin que sus matadores se tomaran ni el tiempo ni la molestia de asegurarse de la identidad de las personas a quienes fusilaban".

Tan profundo fue el odio entre unitarios y federales que la disputa persistió con vigor hasta hace unos años atrás, cuando en los cafés de la Patria políticos, historiadores, intelectuales y fanáticos ilustrados defendían a capa y espada su posición sin remisión ni piedad. Un poco más acá en la historia la confrontación se plantea entre peronistas y no peronistas y a tanto llega el resentimiento que con tal de ver mordiendo el polvo al general se juntan el agua y el aceite, los liberales de galera y corbata con los muchachos de la hoz y el martillo. A la Unión Democrática sólo una cosa la mantenía unida: el rencor. Pero fuera de ese ingrediente nefasto, que a nada bueno podía llevar, ninguna cosa había en ella que la distinguiera como no fuera lo descabellado y la incoherencia. Como era intolerable que un general reivindicara los derechos de las clases populares y como era preocupante cierto absolutismo, es cierto, lo derrocaron. Pero la revolución "libertadora", fusiló a cuanto civil y militar lo apoyara y el emblema del odio, una vez más, se enarboló al tope en José León Suárez: decenas fueron fusilados sin juicio previo sólo por ser peronistas.

Después vino la acción de la guerrilla en Latinoamérica sostenida por el desaparecido imperialismo soviético a través del comandante cubano. Las armas y el derramamiento de sangre, el mayor odio cristalizado en una acción, es impulsado. Casi al mismo tiempo, en el movimiento peronista, aparece Montoneros que para muchos fue el vuelto del general para la oligarquía que se oponía a su retorno por temor (fundado) a que se hiciera del poder. Claro que el invento se volvió en contra del inventor quien, a pesar de echar a los "mocosos imberbes", no pudo frenar la ira y la violencia. La acción, desde luego, no podía generar sino una reacción y sobrevino otro odio: el Estado dirigido primero por un gobierno democrático ordenó la aniquilación de la subversión y luego prosiguió el aniquilamiento la dictadura militar. Más odio, más sangre derramada muchas veces inocente.

Como se ve, la historia Argentina es una historia de desencuentros, de venganzas, de rencores que persisten hasta nuestros días. Pero es también una historia paradojal, porque a la hora de batallar por el poder (¿con qué sublime propósito?) las diversas fuerzas no escatimaron esfuerzo en devorarse cuanto sapo político andara a los brincos. En efecto, se traicionaron los ideales, se tejieron y urdieron alianzas con el sólo propósito de abatir al enemigo. La más reciente e inservible junta, que terminó como se sospechaba, es la unión entre el radicalismo conservador de de la Rúa y algunos sectores progresistas. El rencor argentino parece ser inagotable y así cuando asume el actual presidente, con una confusa amalgama de idearios, se impone un sector que levanta la alfombra de la historia y despierta pasiones que parecían aquietadas. A más de veinte años de gobiernos democráticos, con nostalgia, se vuelve la mirada a la década del 70, se memoran y reflotan hechos dolorosos. En algunos casos con el propósito de reivindicar a la justicia, en otros se advirte sólo rencor. Nuevamente comienza la dicotomía y el encontronazo. Y nuevamente el mundo observa, sin comprender, como con ferocidad se pelea en pantallas, micrófonos y páginas periodísticas. ¡Grave! Si uno se atiene a lo que decía Alberdi que la batalla de la pluma precede a la batalla de la espada. Son inevitables los papelones indignantes y no conformes los contrincantes con las peleas domésticas, se instalan rencillas en sagrados templos del intelecto, como la Real Academia Española. Sus autoridades observan atónitas y azoradas, días atrás, como algunos argentinos impiden la participación en el Congreso de la Lengua a una lingüista rosarina de porte y reconocimiento mundial porque fue docente del gobierno de facto. El papelón más grande es que la Secretaría de Cultura de la Nación culpó de la exclusión al presidente de la Real Academia, pero como esto era muy burdo y grosero y ya había generado airadas críticas de la inmaculada institución, endilgó la proscripción a las autoridades municipales, a la universidad, a docentes y vaya uno a saber a quien más. Cosa curiosa que haya adjudicado la medida a las autoridades municipales, porque si algo ha caracterizado al socialismo popular en los últimos años es comprender que la historia no es una ciencia para vivir de recuerdos, ni los museos para quedarse a vivir en ellos. Recuérdese sino que con miras a la elección de de la Rúa el socialismo compartió una alianza con un ex intendente de facto y que el año pasado admitió en las listas de candidatos a legisladores nacionales a un ex secretario de Gobierno de facto. ¿Por qué habría de impedir que una lingüista de renombre internacional que ya participó en otros congresos invitada por la propia Academia no estuviera presente?

Mientras políticos, intelectuales, dirigentes de toda especie continúan con la práctica del desencuentro y la diatriba, que parece formar parte ya de la cultura argentina, este tóxico socava los soportes de la sociedad. Enfrascados en sus verdades y defendiéndolas a capa y espada como antaño, y hasta en antaño, no observan (y si observan no les importa) que el ser humano argentino se cae a pedazos y es víctima de esta ponzoña que destila la dirigencia. Una dirigencia resentida, intolerante, absurda y alejada del concilio que observa el pasado no para reparar errores, sino para reflotar luchas que no sólo comprometen el presente sino que impiden un futuro sosegado para las próximas generaciones. Una dirigencia que, ensimismada en su delirio, no entiende que la sociedad argentina está harta de odios que la conducen a una inexorable muerte.

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