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 sábado, 07 de agosto de 2004

Editorial
El drama educativo

Los graves hechos ocurridos en la Escuela Nº825 Leopoldo Herrera, del barrio rosarino de Parque Casas, donde la violencia de los alumnos mantenía atemorizados a los docentes, entrega una pauta precisa de la profundidad de la crisis social que padece la Argentina.

La situación, prolongada a lo largo del tiempo aunque detonó públicamente tres días atrás con el intento de incendio de un baño de la institución educativa, se caracteriza por la concurrencia a clases de chicos con severos problemas, que los tornan en muchos casos inmanejables para las maestras y el personal de la escuela.

Agresiones físicas -tanto entre ellos mismos como hacia los propios profesores-, asistencia a clases en completo estado de obnubilación producido por el consumo de drogas, prostitución, exhibicionismo y vandalismo son los colores del prisma que, dentro de un uniforme tono oscuro, pintaron los docentes al describir a la prensa el panorama que se vive, y que ellos obviamente padecen.

Después del desborde registrado tres días atrás, que incluyó golpes propinados con un cinto a una profesora, la directora de la escuela decidió suspender por el lapso de un mes a la totalidad de los varones que integran las cuatro divisiones de octavo y noveno años de la educación general básica (EGB). Sin embargo, tras un pedido de explicaciones por parte de un grupo de padres y bajo la consigna de que "a pesar de la gravedad de la situación, los chicos tienen que estar en la escuela", la ministra de Educación provincial, Carola Nin, apoyó que se diera marcha atrás con la medida.

Ciertamente que la sanción disciplinaria distaba de presentarse como una solución al drama. Los testimonios acerca de la situación son de tal crudeza que inevitablemente se llega a la conclusión de que la escuela resulta impotente para encontrar la salida del callejón. ¿O de qué otra manera se pueden analizar los dichos de una docente que admite estar trabajando "con un nivel de riesgo impresionante" y que después de asegurar que "ama a los chicos", agrega que "se debe aceptar que la escuela es el reservorio de lo que ellos viven afuera"?

Lo ocurrido consiste, ciertamente, en la puesta en escena de la pavorosa crisis socioeconómica sumada, además, a la profunda brecha generacional que han abierto las nuevas tecnologías. ¿O acaso alguien hubiera imaginado, una década atrás, a numerosos jóvenes provenientes de hogares pauperizados que acuden en masa a cibercafés y boliches bailables, que muchas veces consumen sustancias prohibidas o sencillamente beben alcohol -"vino, porrón y vermut", tal cual lo confesó con naturalidad un alumno de la Escuela Nº825- en cantidades alarmantes?

Y no es que desde esta columna se intente transmitir escepticismo: simplemente, se procura dejar en claro la magnitud del desafío que afrontan quienes se enfrentan cotidianamente con este grave panorama. Ellos confrontan con el país real: merecen reconocimiento -también material- y necesitan apoyo.

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