| domingo, 25 de julio de 2004 | Panorama político Saltó el primer fusible Mauricio Maronna / La Capital Ningún país puede ser normal cuando, políticamente, siete días parecen una eternidad.
Aunque su imagen se vaya tamizando, Néstor Kirchner sigue constituyendo una esperanza para la raída sociedad argentina. La misma que vio como en pocos meses las ilusiones que depositó en la Alianza se convirtieron en un acto de autoflagelación, dando origen al paraíso artificial de Adolfo Rodríguez Saá, quien expulsó al país del mundo civilizado a puro default, y a la devaluación duhaldista que limó los bolsillos del asalariado en nombre de una Nación "condenada al éxito".
El presidente, sin embargo, debería tomar nota de una cita de Oscar Wilde: "La experiencia es el nombre que damos a nuestros errores". Como bien se señaló por estos días, la catarata de los últimos episodios, formateados bajo la estética de la insensatez, lleva a pensar que el gobierno acumuló una "experiencia" sobreabundante.
El anuncio del santacruceño sobre la aparición de escuchas telefónicas que descubrirían el velo sobre la conexión local del atentado contra la Amia y la saga de desmentidas hasta que, por fin, se reconoció que las palabras del jefe del Estado existieron, va camino a convertirse en un capítulo más del juego del gran bonete. Solamente que esta vez impactó en la peor de las tragedias sufridas desde la última dictadura.
La voracidad comunicacional del gobierno para imponer la agenda mediática hizo tropezar duramente a Kirchner, más allá de saber (o no) quiénes fueron los que le pusieron las piedras en sus mocasines. La bizarra imagen de desgobierno que se vivió en la ciudad de Buenos Aires pocas horas antes del nuevo aniversario del ataque a la Amia (con travestis, prostitutas, vendedores ambulantes y piqueteros sin identificación convirtiendo en un aquelarre la recoleta arquitectura de la Legislatura porteña, y corriendo a los policías que, tras cinco horas de ausencia, salieron a querer frenar el desmadre) intentó ser sacada rápidamente de las primeras planas mediante una de esas primicias que producen descarga de adrenalina en las redacciones y dejan en el olvido la noticia de ayer.
Alguien filtró la existencia de los casetes un día antes de que Kirchner se lo dijera al titular de la mutual judía, Abraham Kaul. "En las próximas semanas se confirmará la verdad del rumor: las grabaciones no desaparecieron", escribió, el domingo pasado, un columnista de un diario oficialista.
Inmerso en su propio laberinto, el presidente decidió luego sacar de escena el "papelón" sobre cintas sí o cintas no y echar al jefe de la Policía Federal, Eduardo Prados, porque, según la versión oficial, no acató la orden de custodiar la Legislatura porteña sin portación de armas de fuego.
Curiosamente, el relevo de Prados se produjo cuando la marcha piquetera se realizó sin ningún desorden, al punto que sus líderes fueron recibidos por el pétreo legislador macrista Santiago De Estrada.
La catarata de episodios derivó en que, cerca de la medianoche, el presidente echara al ministro de Justicia, Gustavo Beliz, y a todo su equipo. El ex titular de Interior de Carlos Menem se había despachado el viernes contra la Side (conducida por el kirchnerista paladar negro, Héctor Icazuriaga), la Policía Federal y la corporación judicial.
"Le puedo asegurar que en la Casa de Gobierno estaban al borde de un ataque de nervios. Beliz se fue del menemismo denunciando que estaba parado sobre un nido de víboras. Quedó inmaculado y con zapatitos blancos en medio del pantano. Si ahora lo echan, ¿quién garantiza que no vuelva a repetir el libreto?", confió a La Capital un diputado nacional justicialista por Santa Fe, antes del despido.
Más allá de los sobresaltos, Kirchner sigue gozando hoy de una alta consideración pública, aunque una encuesta elaborada por la consultora independiente Carlos Germano y Asociados abrió una fuerte brecha entre la imagen presidencial y la gestión de gobierno, 16 puntos abajo que los recogidos por el presidente. El mismo sondeo muestra que la promocionada "madre de todas las batallas" en provincia de Buenos Aires sería ganada por Cristina Kirchner sin necesidad de disparar munición gruesa contra el matrimonio Duhalde. La primera dama (impecable cuadro político) y Juan Carlos Blumberg son los únicos que, hoy por hoy, están por encima del primer mandatario.
Fuera de las encuestas y de las irracionalidades, la macroeconomía es el pulmotor que le permite al gobierno mirar el horizonte con una relativa tranquilidad: 18 mil millones de reserva en el Banco Central así lo acreditan.
El desafío es lograr que el crecimiento desemboque en una mejor distribución del ingreso y en el mejoramiento urgente de los aterradores índices de desempleo y pobreza. La reticencia del FMI a aprobar las metas con la Argentina hasta alguna fecha a confirmar abre un nuevo frente de tormenta con el organismo y pone en el freezer el objeto del deseo de Roberto Lavagna: consensuar cuanto antes la salida del default, dar las hurras en el Ejecutivo y erigirse en candidato presidencial.
En medio de la farragosa semana política, pasaron casi desapercibidas (aunque seguramente no para Kirchner) las serias objeciones que el ministro con visión política desparramó sobre los ruidos que los desórdenes callejeros podrían generar en la marcha de la economía. ¿Cuánto tiempo faltará para que todos empiecen a hablar de que la relación entre el santacruceño y su eficaz colaborador es, apenas, un matrimonio por conveniencia?
Aunque cada domingo ciertos analistas anuncian que el presidente iniciará "una nueva etapa", "un cambio de modales" o "el abandono de ciertos gestos autoritarios", el hombre que vino del frío se encarga de contradecirlos con palabras y hechos rimbombantes.
Tal vez ahora que las capas medias urbanas (fundamentalmente las que viven en la convulsionada Capital Federal) empiezan a dar muestras de cierto fastidio (allí Elisa Carrió y Mauricio Macri son los favoritos para las elecciones legislativas), Kirchner amplíe su base de sustentación, vaya en busca de consensos y les ofrezca una palmada en el hombro a los partidos políticos, incluido el PJ, hoy más despechado que el esposo de Pampita.
La transversalidad, hasta acá, fue nada más que un placebo; un ensayo fallido de laboratorio. enviar nota por e-mail | | Fotos | | |