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 miércoles, 21 de julio de 2004

Nazismo
Los Juegos preanuncian la barbarie

Los Juegos de Berlín 36 fueron los últimos antes de la Segunda Guerra Mundial. Ya en la capital germana se intuían los rumores de una contienda que acabaría devastando a casi toda Europa. La ascensión de Adolf Hitler al poder en Alemania, en el año 1933, acabó por convertir lo que tenían que ser unos Juegos, simple y llanamente, en una mera propaganda del nazismo, donde se pretendía demostrar la superioridad de la raza aria.

La maquinaria propagandística del nazismo alemán convirtió los Juegos de Berlín en los mejores de la historia, hasta ese momento, en cuanto a organización e infraestructura ya que Hitler ordenó que todo saliera a la perfección con el fin de dar una buena impresión de la "Nueva Alemania".

En la delegación alemana fueron incluidos, sólo para aparentar y por exigencia del Comité Olímpico Internacional (COI), dos atletas judíos, Helena Meyer, a la postre ganadora de una medalla de bronce en esgrima, y un arquero de hockey sobre hielo, aunque en realidad vivían en Estados Unidos y Suiza, respectivamente.

Desde el punto de vista técnico y también deportivo, el nivel fue elevadísimo en casi todas las pruebas. Superado el intento de boicot de algunos países, que no querían prestarse al juego de Hitler, de manipulación fascista, Berlín 36 fue un alarde de megalomanía.

El colosalismo no tuvo límites e incluso se construyó una gran campana de bronce que marcaba la hora olímpica. El fuego sagrado llegó por primera vez desde Olimpia, en Grecia. Para recorrer los 3.076 kilómetros, fue necesaria la ayuda de 3.300 relevistas.

Sin duda, estos Juegos fueron una pulseada entre el Fuhrer y el mundo democrático. Pero el azar deportivo quiso que el dictador alemán tuviera que rendirse a un atleta negro estadounidense, Jesse Owens, la gran estrella de los Juegos.

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