| domingo, 18 de julio de 2004 | Exaltar la acción noble y condenar el vale todo Hernán Lascano / La Capital Pocas cosas suponen mayor nobleza que exponer la integridad individual en favor de un beneficio colectivo. Eso es lo que mujeres y hombres de la policía entregan a la comunidad. Este comportamiento altruista, el de formarse en la misión de colocarse en última instancia en riesgo físico para proteger la seguridad pública, es un mensaje que el Estado exalta como un valor ponderable y emite a quienes son y no son policías.
Por eso no hay cosa que los policías experimenten como más injusta que el señalamiento de dudas o cuestionamientos a operativos en los que se enfrenta al delito en nombre de la protección ciudadana. Algunos de los que testimonian en estas páginas lo afirman abiertamente. Otros, sean o no de la fuerza, exhibirán las heridas sufridas por estos policías para decir: "Comprueben el daño que infligen aquellos que la policía enfrenta. Y en adelante no cuestionen el daño que pueda inferir la policía en respuesta al que la delincuencia provoca".
Este argumento tantas veces oído como un enunciado irrebatible lleva inscripta una lógica que, aunque parece sólida, es falsa e inaceptable. La especificidad de la función policial es la posibilidad última del recurso a la coacción física. Lo que ocurre es que muchas veces esta atribución legal se utiliza indiscriminadamente. Eso es lo que proyecta críticas hacia ella. Porque si el uso indiscriminado de la violencia se valida socialmente pasan dos cosas: 1) crecen los abusos e ilícitos policiales. 2) crecen las chances de que el uso de la fuerza sin miramientos lo sufra cualquiera: personas sospechosas de un delito y personas que no lo son.
La exposición de los casos de los protagonistas de esta nota resalta cuan digno de comprensión es y cuan ingrato puede resultar el cumplimiento del deber de un policía. Pero no pretende habilitar ninguna lectura errada. Esta nota viene a destacar lo duro de la función policial. Pero rechaza las acciones contra el crimen, donde suele haber entrega y valentía de las que no todos somos capaces, deban ser de cualquier modo.
Esto no implica, como indica un estereotipo falso, que el policía deba esperar a ser lastimado para intervenir. También es falso que cada intervención policial violenta, como proponen mecánicamente las versiones oficiales de la fuerza, sea siempre la respuesta a un acto de violencia previa. Esto en Rosario se comprueba en cuantiosos expedientes judiciales de abusos, apremios y hasta ejecuciones sumarias.
En su reciente libro "Política, policía y delito", el criminólogo Marcelo Saín ha distinguido los defectos de dos paradigmas que se proponen resolver la crisis de seguridad pública. Cuestiona al que llama paradigma autoritario porque éste considera que el delito y su incremento es la justificación única para endurecer la reacción policial. Y objeta al otro paradigma, el que denomina crítico, porque hace excesivo hincapié en el control del abuso policial estudiando poco la complejidad del delito.
Ni una cosa ni la otra. Rescatar las historias de policías heridos sirve para exponer las experiencias subjetivas de seres humanos que han sufrido por -y siguen sufriendo tras- la tarea de proteger a la ciudadanía de actos que suponen riesgos o ataques concretos a personas. No para extender credenciales para que esa misión se cumpla como sea. Una queja repetida es que no se pondera lo suficiente el elogiable trabajo de los policías que hacen las cosas bien. Eso podrá ir cambiando a medida que el "vale todo" se vaya desterrando. enviar nota por e-mail | | |