 | viernes, 25 de junio de 2004 | Compromiso de silencio Hace unos días, en ocasión del homenaje que los concejales tributamos al fallecido médico rosarino Jorge Slullitel, de distinguida prosapia profesional, quebré ante la viuda un compromiso de silencio que mantuve por lustros. Le conté, como añadidura al abanico de auténticas virtudes expuestas en la ceremonia del jueves 17 de este mes, que su esposo atendía a pacientes pobres que yo le mandaba. Gente humilde que recurría al suscripto en su carácter de conductor de programas radiales y que el heredero del ilustre apellido que engalanó la medicina local con Isidoro, su padre, y Jaime, su tío -enriqueciéndolo con asombrosa destreza-, curaba sin cobrarles su trabajo ni los medicamentos. La única condición impuesta por Slullitel fue que mantuviera total discreción, no quiso mercantilizar con publicidad la actitud, haciéndola más bella aún. Cumplí con él escrupulosamente hasta el jueves 17. Y hasta hoy en que lo revelo, con otros cónsules de la medicina, porque el magistral doctor Freddy hizo lo mismo con pacientes que sufrieron quemaduras; Ferrari del Sel con niños enfermitos, algunos de los cuales internó sin cargo en el Sanatorio de Niños; el doctor Mercau referente de la dermatología; Pablo Benetti Aprosio recomponiendo corazones y más de una vez, sin que nos hayamos visto personalmente, ese prócer que fue René Favaloro, uno de cuyos recuperados es un taxista que sigue transitando las calles rosarinas. Tal vez incurra en omisiones por culpa de la memoria, esa prostituta que suele embaucarnos. Es bueno, señor director, que destaque la generosidad, altruismo y sacerdocio de estos hombres estelares de la medicina porque como acaso otros que desconocemos en igual actitud se honraron a sí mismo, a la profesión que no abrazaron en vano y a la ciudad que los cobija.
Evaristo Monti
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