| domingo, 20 de junio de 2004 | La gobernabilidad. El Ejecutivo cree que el duhaldismo borronea su agenda Nueva escena de un capítulo anunciado Carlos Germano (*) El cruce de declaraciones que enfrentó al presidente Néstor Kirchner y el gobierno nacional, por un lado, y al gobernador Felipe Solá y al ex presidente Eduardo Duhalde, por el otro, es un capítulo más de un conflicto anunciado, que agrega, sin embargo, nuevos elementos.
Las líneas de ese conflicto estaban prefiguradas en las condiciones de acceso al poder de Kirchner, con el apoyo decisivo del aparato territorial bonaerense, y en un contexto de crisis de liderazgo en el PJ, en el cual, si algún dirigente era reconocido como referente nacional, era más bien Duhalde. Pero a diferencia de las escaramuzas en el congreso partidario de marzo, esta vez el conflicto encontró a los gobernadores del PJ alineados con el presidente, y a Duhalde retrocediendo al papel de defensor de los intereses de los bonaerenses, o incluso los de su estructura política.
Desde la perspectiva del gobierno nacional, la dependencia del aparato bonaerense, y en particular de los recursos legislativos que controla, constituyen un obstáculo para el avance de su agenda de gobierno. La alianza entre Kirchner y Duhalde estuvo basada en una profunda coincidencia en la agenda económica, pero ocultaba una divergencia no menos profunda en la agenda política: mientras que el presidente, por convicción y por necesidad de acumulación de poder, se siente llamado a renovar las estructuras y las prácticas políticas, sobre esas estructuras y esas prácticas Duhalde construyó su capital.
Al igual que lo ocurrido con la remoción de los jueces de la Corte, en el avance de Kirchner contra el PJ bonaerense coinciden una necesidad política de construcción de poder, y una tarea que puede aportar a la producción de la legitimidad social del gobierno. La convicción del santacruceño es que la crisis de representación escenificada por el "que se vayan todos" continúa latente; que Duhalde y las estructuras bonaerenses son representantes paradigmáticos de esa vieja política rechazada por la ciudadanía; y que ese estado de opinión constituye un capital que puede ser movilizado en apoyo de su proyecto político y para renovar las estructuras.
La principal diferencia entre el conflicto actual y la renovación de la Corte es que, a diferencia del menemismo, el duhaldismo controla recursos legislativos que pueden obstaculizar la agenda del gobierno, y que el Ejecutivo está obligado, al menos hasta el 2005, a convivir con esa correlación de fuerzas. A la vez, el duhaldismo enfrenta límites objetivos en la movilización de esos recursos políticos, ya que una ruptura abierta le acarrearía costos difíciles de remontar frente a la opinión pública.
De hecho, los mismos límites objetivos enmarcan al conflicto como tal, y las decisiones posibles de ambos adversarios: una opinión pública distanciada del sistema político -incluso adhiriendo a la figura presidencial- difícilmente toleraría que la disputa interna revierta en una crisis institucional que amenace los avances logrados desde la debacle de 2001-2002.
Lo cierto es que el presidente parece decidido a avanzar en una disputa que podría constituir un momento bisagra entre la vieja política y el afianzamiento de lo nuevo. Las condiciones estrictamente políticas de ese avance están claras: hacer pie en Buenos Aires con un armado propio, que dispute, y eventualmente desplace, el predominio territorial del duhaldismo. Cuenta para eso con dos recursos claves: el manejo de los recursos del Estado nacional (vitales para volcar la voluntad de los gobernadores en la disputa por la coparticipación, y que podrían facilitar la adhesión de jefes municipales con peso propio en la provincia) y las demandas ciudadanas de renovación política, que ya infringieron una derrota al duhaldismo en el 97 y en el 99.
El límite que el presidente, decidido a acelerar la llegada de lo nuevo, parece haberse impuesto en esta estrategia es avanzar sin poner en peligro la gobernabilidad. De la manera en que ambos adversarios negocien con este delicado límite dependerá el desarrollo de un conflicto que,como alguna vez lo fue el de Menem y Duhalde, está hoy instalado en el corazón de la política. La promesa de futuro parece volcada del lado del presidente.
(*) Especialista en opinión pública y comunicación enviar nota por e-mail | | Fotos | | El presidente, decidido a avanzar en la disputa con el frondoso aparato bonaerense. | | |