| domingo, 23 de mayo de 2004 | El año K. Kirchner se fue legitimando a base de golpes de efecto El regreso del poder presidencial El mandatario reconcilió a la política con la sociedad pero no logró grandes avances sociales y económicos Walter Palena / La Capital Néstor Kirchner gobernó hasta ahora con la lógica del sopapo, una estrategia entendible para un político que llegó al poder con el 22% de los votos y que no pudo legitimarse en las urnas por la huida de Carlos Menem en el ballottage.
De todos los presidentes democráticos, Kirchner fue el que recorrió el camino inverso. Su alta valoración popular no fue el reflejo de los votos conseguidos; fue construyendo poder en el día a día y pegando en aquellos lugares sensibles a la consideración social: la reestructuración de la Corte, el descabezamiento de las Fuerzas Armadas, la política de derechos humanos y el posicionamiento, de aparente firmeza, con el FMI.
Tras el desmadre político y social que se desencadenó con la Alianza, Kirchner reconstituyó el poder presidencial con repetidos actos de autoridad, apelando en más de una ocasión a cierto abuso de gestualidad que en la práctica se agotó en el efecto mediático. Aun así, el santacruceño demostró desde el primer día de su mandato no ser "un Chirolita" manejado por quien lo prohijó en su ascenso a la Casa Rosada, el caudillo bonaerense Eduardo Duhalde. Algunas rencillas actuales confirman ese dato.
No resulta casual que Kirchner cumpla un año en el poder con una imagen positiva que orilla el 70 por ciento. En su primer discurso ante la Asamblea Legislativa dio señales de firmeza al advertir que no iba a aceptar presiones internas o externas, y que de existir, no dudaría en ventilarlas públicamente.
Eso hizo cuando utilizó por primera vez la cadena nacional para denunciar presiones del Poder Judicial y para salir a replicar expresiones un tanto vulgares del entonces presidente de la Corte Suprema, Julio Nazareno, quien renunciaría poco tiempo después.
Se ponía en marcha la ofensiva política contra la Corte, acontecimiento favorecido por un clima social que veía en esa institución la flor de la corrupción y el fruto de los males argentinos. Salvo la resistencia de Eduardo Moliné O'Connor, los restantes miembros caídos en desgracia renunciaron antes de enfrentar un juicio político con resultado cantado.
Un fácil demonio La demonización de los 90 y al menemismo fue algo muy fácil y provechoso para el kirchnerismo. Sus permanentes diatribas hacia la "nueva década infame", como le gusta decir al presidente, le permite aún hoy contar con ese plus de adhesión de la oscilante clase media argentina. Con esa estrategia suma y exculpa a gran parte de la sociedad, cargando toda la responsabilidad en una sola persona y su séquito vendepatria, como si Menem hubiera usurpado el poder durante 10 años y no constituyese la resultante de un proceso político que se consolidó con elecciones libres y democráticas.
Otro blanco demasiado fácil que encontró Kirchner fue el FMI y los organismos de crédito. Su discurso, casi de barricada, le es útil para sumar a los sectores de izquierda que no encuentran cauce en sus líderes poco representativos. Cachetear a corporaciones culposas es su marca registrada y algo que muchos comunicadores llaman "valentía".
Esa misma táctica utilizó para enmarcar su política en derechos humanos, que encontró su punto culminante en el acto de traspaso del edificio de la Esma. Allí se erigió como el principal y único defensor entre todos los políticos, un error que reconocería más tarde.
Cuando todo parecía que la sociedad asistiría al debate cíclico sobre el terrorismo de Estado en la Argentina, apareció en escena un ciudadano común (Juan Carlos Blumberg) que torció la agenda del gobierno y lo hizo caer en una realidad que no se supera con retórica discursiva: la inseguridad. Kirchner pareció tomar nota de lo que alguna vez dijo Juan Domingo Perón sobre la mentalidad castrense: "A los milicos le asusta el pueblo en la calle". Esa máxima podría caberle también a los políticos, incluso a los que gozan de popularidad.
El acto de la Esma no sólo marcó el registro sesgado de Kirchner y su entorno, también fue el blanqueo de las diferencias internas dentro del PJ. Los gobernadores y el duhaldismo acusaron recibo del desprecio al que lo somete el santacruceño.
El tapón del "pejotismo" saltó en el congreso de Parque Norte. La pelea entre Cristina Fernández y Chiche Duhalde fue algo más que un "debate de alta peluquería", como despectivamente lo calificó el ministro Aníbal Fernández. Fue poner blanco sobre negro a una interna larvada que afloró con toda su fuerza, y se potenció con el acto que Duhalde les reservó a los dirigentes peronistas que se fotografiaron en el vagón que usó Evita, un escenario muy diferente para los que habitualmente posan en el tren K, aquel que transita por rieles transversales.
En esto, Kirchner actúa con cierta lógica. Sabe que con la sigla PJ no le alcanza para gobernar, que debe ensanchar su base política. Pero esta idea bien intencionada entra en contradicciones al ser pregonada por dirigentes que carecen de entidad, como Alberto Fernández o Chacho Alvarez.
El aniversario de Kirchner en el poder arroja resultados positivos, pero echa sombras sobre cosas puntuales. Una economía atada a pocas variables, la deuda social con los pobres y desocupados, la zigzagueante política exterior y cierta manía para controlar pensamientos críticos.
Un año de gestos para acumular poder es suficiente; ahora es el turno de las verdaderas políticas de Estado, esas que se ejercen sin estridencias y con sentido práctico. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Néstor Kirchner reconstituyó el poder presidencial con actos de autoridad. | | |