| domingo, 16 de mayo de 2004 | Lecturas. Sobre un diálogo imposible Notable interpretación de la "Carta al padre", de Kafka Ensayo. "Kafka y su padre", de Carlos Correas. Leviatán, Buenos Aires, 2004. Osvaldo Aguirre / La Capital En 1919, Franz Kafka (1883-1924) escribió una carta a su padre, Herrmann Kafka, que insumió cuarenta y cuatro páginas. El texto nunca llegó a su destinatario porque la madre, encargada de tal misión, lo impidió. El albacea Max Brod se afligió por los duros términos con que el escritor trataba a su padre pero consideró que la obra tenía méritos literarios y constituía el intento más serio de su autor por escribir una autobiografía. En consecuencia decidió preservarla: si no pudo ser leída por aquel a quien iba dirigida, la carta encuentra desde entonces incesantes lectores. Carlos Correas debe ser entre ellos uno de los más inteligentes, y uno de los que más se ha acercado a su comprensión.
Los exégetas tradicionales (Brod, Klaus Wagenbach) interpretaron la "Carta al padre" tomando partido por Franz Kafka. Entendieron la situación como el caso de un escritor incomprendido. Pero a la vez conocían a Herrmann Kafka -"se les aparece como un simple tendero inculto"- y consideraron que su hijo había puesto trazos gruesos en el retrato. La lectura de Correas no sólo comienza allí donde esas interpretaciones terminan: lo relevante es que desplaza el ángulo de observación. A través de la duda y la pregunta, comienza por situarse en el lugar del padre, observa al hijo como pudo haberlo observado ese padre descripto como un hombre severo. Y acto seguido se instala en la posición del hijo, como si quisiera articular ese diálogo que nunca existió. En definitiva, demuestra que ambas figuras sólo pueden iluminarse en conjunto: "Interpretemos la Carta al padre, por tanto, según la historia del padre y del hijo que se desarrolla a partir de ella", propone.
Herrmann Kafka (1852-1931) llegó a Praga en 1880, procedente del sur de Bohemia. Ayudó a su padre carnicero desde pequeño y trabajó como buhonero hasta que, poco después de su casamiento con Julie Löwy, abrió una tienda de artículos de fantasía. Los negocios fueron bien, al punto que ese modesto comercio se convirtió en la base de una empresa mayorista. La fundación de la empresa se superpuso en su historia con la formación de su familia. La empresa era de carácter familiar y la familia debía funcionar, en la visión de este padre, como si fuera una empresa. Esta confusión -demuestra Correas con una argumentación deslumbrante- articula el principal malentendido entre el comerciante y su hijo escritor.
Sin embargo, observa Correas, no había exactamente una actitud egoísta de parte del padre. Por el contrario, Herrmann Kafka "no funda sino un ordenamiento de sobrevivencia, amor y confianza mutua, seguridad y respetabilidad, y un estar a cubierto del horror de la miseria y de la inferioridad social". El padre quería conjurar los fantasmas que acechaban desde el pasado. Desde su punto de vista, el éxito de la familia-empresa dependía de la solidaridad de sus miembros y cualquier actitud contraria -por ejemplo el desinterés tanto de Franz como de Ottla, una de sus tres hijas, al respecto- equivalía a la locura. La familia era también aquello en nombre de lo cual Herrmann pretendía mandar a su hijo. Era un padre que se buscaba a sí mismo en su hijo y que "se tomaba a sí mismo por el futuro ya realizado de sus hijos"
Correas rearticula así el pensamiento del padre de Kafka y quizá para darle mayor efectividad por momentos lo representa, es decir, lo relata en primera persona. A la vez analiza la relación de autoridad que mediaba en el vínculo familiar. Dado que la obediencia pretende fundarse en un valor secundario para el hijo, la autoridad de este padre permanece en suspenso. Las "denuncias" que contiene la carta -sobre las pequeñas tiranías del padre, sus afirmaciones incomprensibles en los primeros años de sus hijos- son una forma de impugnación. No obstante, la oposición no excluía cierta complementariedad: el padre hablaba en tanto el hijo callaba, en tanto el hijo escribía.
Esa hostilidad hacia el padre, dice Correas, retorna al hijo como repugnancia: asco del padre cuando escucha a su hijo leer pasajes de sus textos (según dejó consignado en sus "Diarios") y asco de Franz hacia sí mismo "en la medida en que no podía realizar su vocación de escritor a causa de las exigencias de su padre". En el reverso se encuentran la angustia y el miedo, porque Franz no puede encontrar en él mismo lo que el padre busca en él y porque tiene que ocultar esas carencias para evitar el castigo.
Franz Kafka trabajó en el negocio familiar y a la vez, como asesor jurídico (era abogado) en el Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo, en Praga. "Todo ello para Franz no era nada, es decir, apenas inimaginable tristeza y vacío", dice Correas. No estaba allí su salvación, sino en la literatura, que es su "felicidad" y su "total posibilidad de ser útil".
Ese camino planteaba condiciones. "La literatura ha de salvar si libera, y esta salvación es liberación del mundo, del padre, pero sólo en cuanto sea creación de otro mundo, creación literaria". En ese sentido, la palabra del hijo se impuso sobre la de ese padre tal como él lo había construido: "Con Herrmann aprendimos solamente cómo son las cosas en el curso del mundo; la obra de Franz nos orienta para saber cómo tienen que ser las cosas para ser lo que son y cómo lo son", dice Correas.
Carlos Correas (1931-2000) es autor de una obra que todavía no recibió el reconocimiento que merece. La novela "Los reportajes de Félix Chaneton" (1984) y los ensayos "La Operación Masotta (1991)" y "Arlt literario" (1995) son sus títulos príncipales.. enviar nota por e-mail | | |