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 jueves, 15 de abril de 2004

Declaran inocente a un obrero que pasó 19 meses preso por violación
Dos chicas lo señalaron como su agresor al verlo en un hospital. Pero el día del delito él festejaba su cumpleañoscon su familia. Pidió y no obtuvo prueba de ADN. Perdió 35 kilos y su empleo. Su esposa tuvo que salir a trabajar

María Laura Cicerchia / La Capital

"Por fin se terminó esta pesadilla". Abrazado a sus hijas después de pasar 19 meses en prisión por un delito del que fue absuelto de culpa y cargo, José Nasello intenta hacer de cuenta que la vida empieza otra vez. "Borrón y cuenta nueva", dice. Pero el sufrimiento que soportaron él y su familia está demasiado fresco. Todavía no sabe si lo reincorporarán a su puesto como operario, sus hijas de 5 y 7 años están bajo tratamiento psicológico y su mujer tuvo que salir a trabajar para suplantar la ausencia de su marido. Con 35 kilos menos, José sufre las secuelas psicológicas de haber estado casi dos años preso por una violación que, según un juez de Sentencia, no fue cometida por él. "Las víctimas se confundieron de persona, supongo que debo ser parecido al hombre que las atacó. Siempre pensé que mi libertad iba a llegar de un día para otro, pero la Justicia es demasiado lenta", es el único reproche que expresa al Poder Judicial.

Este obrero metalúrgico de 34 años fue el 16 de septiembre de 2002 a sacar un turno para sus hijas al Hospital Carrasco. Un hecho fortuito hizo que allí se encontraran dos chicas que lo señalaron ante la policía como quien había abusado de ellas en un pasillo de 9 de Julio al 5100. Una dotación policial lo llevó preso sin demasiadas explicaciones. "Aquellas chicas te están acusando de violación", le dijo el policía que lo tomó del brazo. "Estas pibas se confundieron de persona", cuenta José que les respondió.

En el acto el obrero quedó detenido por el abuso que habían sufrido dos hermanas de 21 y 23 años y una amiga de 23 el 7 de julio de ese año a la madrugada, cuando un hombre corpulento intentó asaltarlas a punta de pistola, las obligó a introducirse en el pasillo y les exigió a dos de ellas que le practicaran sexo oral, mientras que la tercera fue violada en forma anal.


Con estupor, sin rencor
Al quedar detenido, tanto José como su señora, Marcela Besserini, pensaron que recobraría la libertad enseguida. "Pero pasaban los días, los meses. Pasó más de un año y yo sin comerla ni beberla seguía preso por un delito gravísimo. Nunca había estado en prisión antes. Al principio tenía pesadillas de verdad. Pensaba que lo que estaba sucediendo no era real. Hasta que me cayó la ficha", rememora.

José habla pausado y no muestra rencor por lo que le pasó. Fue él mismo quien le pidió al juez de Instrucción Osvaldo Barbero que le practicaran un careo con sus acusadoras o un análisis de ADN para acreditar su inocencia. En lugar de ello, José fue citado a una rueda de reconocimiento con las tres jóvenes que habían sido víctimas del abuso. "El se prestó pensando que las chicas se iban a dar cuenta del error. Pero era obvio que esa prueba era ilegal. Las víctimas lo habían visto en el Carrasco, en la comisaría 14ª, cuando estuvo detenido en la 6ª...", cuestionó Marcela.

En esa rueda dos de las jóvenes lo señalaron (una de ellas con dudas). La tercera -la única que al realizar la denuncia dijo estar en condiciones de reconocer al abusador- no lo sindicó. Con esa única prueba, Nasello fue procesado como autor de tentativa de robo, privación ilegítima de la libertad y abuso sexual con acceso carnal calificado por el uso de arma.

Al llegar la causa al juzgado de sentencia, fue él quien solicitó la mayoría de las pruebas a través de su abogado, Rubén Tornambé. "Se demostró que la cartuchera del arma que el abusador había olvidado en el lugar no tenía las huellas digitales de él. Y que a Nasello nadie lo oyó levantarse de la cama esa noche. Pedimos una prueba de ADN, pero no se pudo hacer por falta de material genético", reveló el abogado.

"Queríamos el ADN porque si había restos genéticos yo me hacía la prueba de inmediato. Y resulta que estuvieron cinco meses para peritar una bombacha", narra José, quien por el momento no evalúa iniciar un reclamo por daños y perjuicios.

Antes de que el juez Casas dictara la absolución, Nasello pasó por las comisarías 6ª, 14ª y sub 18ª. Estuvo 9 meses alojado en la alcaidía de la ex Jefatura y 120 días en la Unidad Penitenciaria Nº 3, en el pabellón destinado a acusados de delitos sexuales.

"Sinceramente, tengo que agradecer que nunca me pasó nada estando en la cárcel", refiere José acerca de los días de encierro. Sus 27 compañeros de calabozo realizaban manualidades. El mataba el tiempo limpiando la celda como "carcelero", un trabajo por el que recibía una retribución mínima. No era creyente, pero encontró en la religión una vía de escape gracias a las visitas de un pastor. "Yo llevaba mi carga de estar encerrado. Pero además mi familia pasaba terribles necesidades", reveló.


La vida trastocada
Su mujer salió a trabajar para solventar la economía familiar, comprarles a sus hijas los útiles escolares, contratar abogados y cubrir los gastos de José en prisión. "Trabajé limpiando casas, a la noche en una rotisería y envasando cucharitas para helados". A eso se sumaron las enfermedades que padeció la mujer por estrés. Sus hijas tuvieron que iniciar un tratamiento psicológico al enterarse, luego de tres meses sin ver a su padre, que estaba preso por violación. "Las nenas estaban rebeldes. Se peleaban todo el tiempo. Se tiraban al piso llorando abrazadas a la foto de su papá", recuerda Marcela.

Los días de visita dejaron una marca imborrable en Marcela: "¿Sabés lo que es soportar una requisa? Es terrible para una persona grande, imaginate para las nenas que se tenían que desnudar frente a desconocidos. Después no querían ir al pediatra".

Durante todo este tiempo en el que José se perdió cumpleaños, fiestas y el primer día de clases de su hija mayor, Marcela apoyó incondicionalmente a su marido: revisó hoja por hoja el expediente judicial, hizo innumerables gestiones en Tribunales y en abril de 2003 proclamó en este diario la inocencia de su marido, de la que siempre estuvo convencida: la noche de la violación estaban juntos, festejando el cumpleaños de él en su casa.

Recuerda el reencuentro con sus hijas en su casa, al recuperar la libertad el martes a la tarde. Sólo entonces José rompe a llorar. Todavía no sabe que hacer con su tiempo. Tiene la esperanza de que vuelvan a tomarlo en la empresa para la que trabajó durante más de diez años y volver a su vida normal: "Ir a trabajar, hacer algunas compras en el súper, estar con mi mujer y con mis hijas". Como resultado del tiempo en prisión y la forma inesperada en la que fue arrestado, ahora tiene miedo de salir solo a la calle, de cruzarse con un patrullero, de que un desconocido le toque el hombro.

"No guardo odio ni rencor contra estas pibas, pero se confundieron de persona. Ruego a Dios que no le pase a nadie esto. Porque lamentablemente, le puede pasar a cualquiera", expresa mientras le hace upa a la menor de sus hijas y le promete en voz alta que ahora nadie más los va a separar.

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José Nasello estuvo en penales con acusados por delitos sexuales.

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